Gilmour (La noche que conocí el delicado sonido del trueno)

Por: JA Zambrana

 Advertencia: Este escrito responde a la idolatría, la admiración incondicional y el enamoramiento perenne al sonido mágico y a todo eso que me hace sentir la música de David Gilmour, de solista o con Floyd. No hay objetividad alguna, solamente la voz de un fanático que pensó que nunca vería a su héroe de las seis cuerdas, y, de momento, lo vio. Con la excepción de la música y las descripciones de los visuales del concierto, el resto es pura ficción y cualquier parecido con personas reales, son chismes malintencionados…

      Caminábamos por la avenida N Wabash, muy cerca del Trump Tower, cuando el cóctel de sustancias comenzó a darle color a los fríos grises de Chicago. Estaba tan “arriba”, que creí ver una enorme paloma sobrevolar el edificio. Sentí una leve confusión y, por un largo segundo, pensé que monstruos alados de otro planeta nos atacaban, pero, todo resultó ser un asunto de perspectiva y asimilación. Tratábamos de pasar desapercibidos, sin el entusiasmo absurdo que suelen mostrar la mayoría de los turistas. Era el cuatro de abril del dos mil dieciséis, David Gilmour se presentaría en el United Center, el hogar de los Bulls. Eran las cuatro de la tarde, habíamos aterrizado a las nueve de la mañana  y nos marcharíamos a las seis de la mañana, del siguiente día; veinticuatro horas en Chicago, sólo para ver a Gilmour; ¿ALGO MÁS? Un  sueño musical que ya había creído imposible de alcanzar.

        Dice un refrán (tal vez con razón), que nadie conoce el interior de una olla, salvo los utensilios que han estado adentro. Lo mismo pasa con un concierto de David Gilmour, nadie sabe lo qué es, hasta que logra meterse en uno y sale con la psiquis de patas arriba, pero con el alma repleta de emociones. No hay DVD ni Blu-Ray ni pantalla plana ni televisor inteligente ni cámaras de tres-d ni transmisores de hostias santas, que puedan captar lo que sucede dentro de esos severos cultos a la estética. Porque con David (lo conozco hace tanto que me atrevo a llamarle por su nombre), no se trata sólo de música; que dicho sea de paso, la interpreta con gracia de virtuoso; un verdadero maestro y amo de sus dominios. Con Gilmour, se trata de una experiencia más allá de las notas y acordes; es una combinación sónico-visual, diseñada para cautivar al espectador; para hacerlo sentir lo que sea que pueda sentir; una montaña rusa de emociones delirantes. Llámenme fan, pero, Gilmour desarrolló  un sonido único e imposible de imitar. El Chopin de la guitarra, pero sin los deseos de morir; este vive cada vez que toca y lo expresa a través de la piel, el metal y la madera. Una comunión mágica, etérea, entre el hombre y su instrumento (nada de machismo ni doble sentido envuelto), que le da sentido a eso de que, el todo es más importante que las partes. Anteriormente, vi a Radiohead y Gustavo Cerati, hacer algo similar en sus shows, pero, Gilmour los podría llevar a la escuela; al menos a Tom Yorke y su corillo de Cabezas de Radio, porque Cerati, pues… ya se jodió.

        No dormí la noche antes, asuntos de la vida, sumados a la ansiedad de ver a mi último héroe, me mantuvieron con los ojos abiertos y maldiciendo el cansancio que cargaría cuando llegara al concierto; sabía que tendría que tomar litros de café, para mantenerme alerta hasta la hora de evento. Sonó el teléfono. Un mensaje de texto: “Llego en 5 mins”. Mi pana Fito, pasaría por mí. En el aeropuerto nos encontraríamos con Charly; otro de los idólatras de Gilmour. Aún estaba oscuro, había llovido y el agua se escurría por los carros. Aproveché la breve ventana de tiempo que me otorgaba Fito, y aspiré una gran, gran bocanada de humo; la última de las próximas 30 horas, tal vez. No existe mejor tratamiento para la ansiedad. Cuando subí al vehículo, mi pana Fito, me lanzó su mirada usual de “alcohólico-anti-humo”, que decía: “No se fuma en mi carro ni tampoco se trae humo de afuera”. Le contesté con otra mirada que le dijo: “Maneja y calla; imprudente”. Pocas palabras en el camino, a esa hora ni mis más grandes amigos me inspiran a conversar.

       Charly llegó tarde, una bronca con la novia con la que andaba en aquellos días, que le escondió el pasaporte y  las identificaciones. Una loca de doscientos grados prueba, que podía beber en una noche, el doble de su peso; desayunaba café con whisky, al medio día ron con coca, y  en la noche, mejor ni contar; sólo usaba el agua para bañarse. Llegó raspando la hora y recordando la madre del creador, sin vergüenzas ni consideraciones, le pasó de lado a todos los que estaban en la fila, golpeando muchos con su enorme duffle-bag. Cuando estuvo frente a nosotros, ante  nuestra expresión conspicua, se le escapó un: “Sí, ya sé; me estoy aputosando”. Caminábamos hacia el Gate de despegue, y entre la gente, me pareció ver de lejos a mi viejo amigo Chuck E. Black; Chuky, como suelen llamarlo todos. Le había dicho del concierto, pero, no pensé que conseguiría boletos.  No es la primera vez que me lo encuentro cuando viajo a ver algún evento. En el 2006, como por arte de magia, se apareció en Bonnaroo; allí nos demostró sus agudas capacidades para la debacle y el peligro.

            Fue una inquietante sorpresa que nos tocaran asientos contiguos en el avión. Tenía a Charly a la izquierda, ebrio, dormido y roncando, y Chuky a la derecha, leyendo Fear and Loathing in Las Vegas, lo lleva a todos sus viajes, dice que es su manual de instrucciones. Fito siempre viaja en primera, ventajas de no tener hijos. Nunca duermo en los aviones, aunque muera del sueño. Llevé en el equipaje, el borrador del libro que escribía en aquellos días: el primero. Mientras Charly dormía y Chuky repasaba a Hunter, agarré dos marcadores, uno azul y otro rojo, y traté de editar mis letras; es la parte más tediosa de escribir; la que demuestra el compromiso. Chuck me interrumpió y me pasó una botella de agua, plástica. “Vodka”, me dijo en voz baja, y comenzó a hablar de todo, en especial de su plan para “ver mejor” el concierto. “Ya sabes, lo que siempre hacemos”, me dijo y se tocó el bolsillo de la chaqueta de piel que llevaba puesta. “Cada vez es más difícil pasar dulces por los aeropuertos. Pero tranquilo, el Tío Chuck tiene todo controlado y trajo todo lo necesario para el descontrol”. Antes de aterrizar, ya habíamos acabado la vodka.

          Fuimos directo al hotel. Fito se quedaría cuatro días, para ver dos conciertos más y había reservado una habitación. Subimos a dejar los bultos y a la parada mandatoria en el inodoro. Chuky no perdió tiempo y nos repartió unas cápsulas para mantenernos despiertos. Disque cafeína pura, trescientos miligramos de gasolina natural. Más tarde me confesó que, en realidad, eran anfetaminas de la mejor calidad: Adderal Time Release de 30mg, nada mejor para permanecer despierto y alerta hasta el concierto y más, me dijo: “Estarás más atento que un adolescente virgen, en una barra de strippers”.

       Antes de sentir los efectos, salimos en búsqueda de comida. Buscamos algo nativo, típico de la USA, y qué más americano que una buena hamburguesa: “The corner stone of the American nutrition”. Terminamos cerca del hotel, en un elegante lugar del que no recuerdo el nombre. Sonaba “Ruby Tuesday», de los Stones. Una joven negra, con cabello oscuro y de rizos largos, unos kilitos de más y una sonrisa para enamorar, nos atendió de la mejor y más amable manera. Más de diez carnes a escoger, pero todos ordenamos el bisonte, un delicacy para el paladar caribeño. Además de las tradicionales Guiness (la joya de la corona irlandesa), que sólo conseguimos en los viajes, ya que algún imbécil dejó de importarlas a Puerto Rico. Fui al baño del restaurante y dentro había una pared cubierta de cajas vacías de distintas cervezas, me pareció una obra de arte moderno. Creo que pasé varios minutos observando las marcas y me pregunté ¿cuánto tiempo me tomaría probarlas todas?.

        Dos, cuatro, cinco, cuando íbamos por la sexta Guiness, le tocó el turno del baño a Charly. Cuando se alejó, Chuky le echó algo en la cerveza. “¡Dude tranquilo! Sólo una gotita de claridad, para que aprecie mejor la música”, me dijo al darse cuenta que lo vi. Respiré, tan profundo que casi me explota un pulmón, y recordé eventos parecidos en los que los suplementos del viejo Chuck, sirvieron como upgrade a las experiencias. Trató de hacer lo mismo con la cerveza de Fito, pero no pudo; ese hijo de puta, es un alcohólico disciplinado y comprometido, que nunca deja un trago abandonado. ¿Le echaste a la mía?, pregunté. “Hace rato, y el doble de lo que le eché a Charly. ¿Estás listo para volar?” Sentí temor, paranoia; no siempre es buena idea andar en un país extranjero, ebrio, drogado y con los pensamientos en plena distorsión. Pero qué importa, me dije, voy a ver a Gilmour.

         Nos fuimos de gira exploratoria durante las horas que quedaban. Pero no podíamos tolerar el frío, ni la nevada ligera que comenzó a caer. Igual que el 98% de los fanáticos de Michael Jordan, no conocíamos Chicago y no estábamos preparados para esa temperatura. Chuky sugirió el método ruso para el calentamiento corporal: Vodka straigth-up., pero nadie le prestó atención. Caminamos hasta un pequeño centro comercial y compramos guantes, bufandas y todo ese tipo de pendejadas calurosas que no utilizaríamos en nuestro país. Fui yo quien se empeñó en llegar al Trump Tower, quería tomar fotos para un artículo que pensaba escribir. Así que caminamos y nos detuvimos a «descansar» en casi todos los bares disponibles durante el trayecto. En uno  de los establecimientos, Chuky repitió las dosis de gotas a Charly y a mí, Fito se le volvió a escapar. Fue casi frente al edificio de Donald T, que sentí el efecto de la terrible droga masturbándose con mis neuronas. Recuerdo que caminábamos bajo las vías del tren, cuando Fito habló de Trump y su carrera por la presidencia. “Imposible”, casi gritamos al unísono. Sólo Chuky, comentó que no era descabellado pensar que ganaría; que después de ocho años de un negro “liberal”, los gringos necesitaban un mono blanco y recalcitrante como ese, para establecer balance y restablecer la blancura. “Este ya está borracho”, dijo el incrédulo de Fito.

Seguimos la caminata sin rumbo, Chicago no me sorprendió; nada que no hubiese visto en otras urbes. Y para todo lo que se dice del calor del mid-west y de la historia musical de la ciudad, me pareció tan fría como Nueva York. Cuando comenzó a oscurecer, sabíamos que era hora de Gilmour. Uber nos llevó al coliseo, una mujer negra de unos 50, muy amable, que entendió nuestro estado etílico y fue comprensiva. Entramos, compramos dos cervezas cada uno y nos acomodamos en los asientos. El boleto de Chuck era en otra sección, pero se sentó en la butaca al lado de la mía. “Cuando llegue el dueño me muevo”. Nunca llegó, pura suerte, porque el show estaba todo vendido. La tarima era bastante grade y tenía una pantalla redonda, como la que usaba Pink Floyd en la gira de Pulse. Me sentía nervioso, como si me fuese a enfrentar a un gran reto. Una mezcla de alegría euforia y melancolía… Fue entonces que el coliseo se quedó a oscuras. Gilmour estaba frente a nosotros…

                             Primera Parte

Era de esperar que abriera con “5am”, es la primera de su disco más reciente Rattle that look. Excelente forma de comenzar, despertando con calma las pasiones de las bestias hambrientas y ávidas de música. De inmediato, sonó “Rattle that lock”. “Is there’s a heaven it can’t wait”. ¡Ahí está Gilmour, carajo! Tocó el solo con su delicado y demoledor sonido; como el dulce alarido de un trueno; así se llamó una de sus giras con Pink Floyd: The delicate sound of thunder. La Black Strat, comenzó a sonar, distorsionada con un Big-Muffpi, diseñado para él; que le da un sonido cálido y agradable, pero poderoso a la vez, que le permite extender las notas tanto como le da la gana. Para eso fuimos, para esa escuchar la magia detrás de esa vieja guitarra.

Después, “Faces of Stone”. Desde la oscuridad y el silencio, se escuchó el exquisito ritmo del piano, seguido de David y una Gibson acústica, que sonaba similar a un piano. Otra del último disco, sonó idéntica  a la grabación de estudio.  El público escuchaba atento, aunque no es de las conocidas, ni tampoco de Floyd. Es una canción para volar, con un solo típico Gilmour, de esos que mueven el suelo; largo e intenso, que se sumaba a los visuales en la pantalla redonda encima del escenario. En uno de los interludios de la canción, un violín en la parte de atrás, parecía marcar el tempo, hasta que entró el maestro y nos recordó quien manda en la tarima, otro solo para recordar.

          Luego se disparó “Wish you were here” y el publico gritó con una sola voz. Me pareció demasiado pronto para ese tema; pensaba que tocaría más del último disco, antes de tirar el armamento de leyenda más allá de lo pesado. Llegaron los recuerdos de los que ya no están. En especial la abuela, cuantas veces se la he cantado. “Fue entonces que entendí, que eso que escuchaba, era el sonido de la ausencia, haciendo eco desde el silencio”, tal vez fue en ese momento que me llegó el título de mi primer libro. Durante toda la canción, el coro de la gente no paró. Chuky estaba pensativo, miraba a la tarima, pero parecía no ver a ningún lugar. “¿Do you exchange a walk on part in the war, for a lead role in a cage?”, lo escuché cantar y lo hacía con sentimiento .

“What do you want from me” fue la próxima. Después de dejarme el alma partida con “Wish…”, lanzó esa recta, del disco Division Bell (uno de mis favoritos). “You can lose yourself this night, see inside there is nothing to hide, turn and face the light…” Exactamente a donde me llevaba, a perderme entre las luces, la música y la magia. “A boat lies waiting”, fue un pequeño respiro de los torbellinos emocionales causados por las dos canciones anteriores. “The Blue” mantuvo la calma y la paz, corriendo por todo el auditorio; un aura casi solemne arropo a la masa humana, que de repente se levantó de los asientos, cuando sonó el comienzo de “Money”; como confundir el ruido del dinero. La mayor de las ironías es que, escuchaba “Money”, en el momento más prángana de mi vida; casi llego a Chicago en auto-stop. Ver la guitarra en la pantalla, era la mejor parte. Sus manos acariciar el brazo, es una de esas cosas de sensualidad inexplicable; creo que tuve una erección espontánea durante el solo; sin tetas ni nalgas a la vista; como correr un carro sin necesidad de gasolina. “Absolutely not in the rigth»

«Us and Them, and after all, were only ordinary men”. Otra que no esperaba. Regresamos al vuelo etéreo, con el tempo y la vibra general de la canción. Como si me lanzara sobre una cama de nubes. Flotar, eso fue “Us and them”; la caricia de una pluma, el olor de mis hijos cuando bebés…el viento en el rostro después de una alegría. “Black and Blue, and who knows which is which, and who is who…” Chuck me miró y sonrió, como si leyera mi mente. No sé si era la droga en mi cabeza o si de verdad estaba sintiendo ese gozo por dentro. Charly también sonreía, Fito estaba lelo, sólo le faltaba babearse. “In any tongue”, otra de Rattle that lock, me bajó de la profundidad de las alturas en que me encontraba, pero mantuvo la paz del momento.

Cuando sonó la campana de «High Hopes, algo se movió dentro de mi. Cerré los ojos. Otra vez la corriente en la columna: “The ringing of the division bell had begun”. Tal vez una de las canciones más hermosas e intensas, que he escuchado jamás. Con matices de melancolía que desembocan en esperanza. Tiene dos solos gloriosos, uno con cuerdas de nylon y otro con una guitara tipo lapsteel. Es una de esas piezas magistrales que deberían escucharse a 300 años de hoy. Canté sin remedio. “Step taking forward, but sleepwaking back again”. Chucky hacía la segunda voz: “Sleepwaking back again…” Sonó el primer solo: la guitarra acústica firme, sólida, pero a la misma vez sublime. Una cadencia de marcha, de quien se dirige a enfrentar algo significativo. Lágrimas salieron en el segundo solo. Soy todo cliché, lo sé. Desde que sonó la primera nota del lapsteelguitar, mis manos se movieron sobre una guitarra de aire. Sonó exacto, como siempre, con sus improvisaciones y frases importantes; sólo un detalle distinto: esa vez, yo estaba allí, frente al Dios de una religión creada por mí y para mí; en la que se le reza con música a la música. Tal vez era el ácido, pero las lágrimas y la risa no se detenían, sentía que la guitarra me decía algo, algo que, aún, no podía entender con claridad; algo importante que debía hacer. No sé como puñetas explicarlo: gozo, nostalgia; sentía tristeza, pero reía al mismo tiempo. Vi el rostro de la abuela, la escuché y pude ver su sonrisa; su presencia era tan clara, como la del Chuky a mi lado izquierdo; no quería que desapareciera, pero, sabía que así sería tan pronto acabara la música. Un mar de emociones que desembocaban en confusión y esperanza, en el deseo de tratar otra vez, de buscar y seguir buscando. En el momento en que sabía que la canción terminaba, un vacío se abría en mi interior. La pantalla mostraba imágenes de un hombre cargando una enorme bandera en su espalda, similar a un paracaídas. Así me sentí, cargando el paracaídas con el que, hace mucho, me lancé de muy alto; nunca lo abrí, me estrellé sólo para saber cómo se sentía el suelo. Gilmour la completó con un apacible y delicado solo de guitarra acústica, que no está en la versión original, que me hizo entender y aceptar que la canción había terminado, pero mis recuerdos seguían allí.

Intermedio.

Después de “High Hopes”, vino el intermedio. Corrí a deshacerme del exceso de líquido. Luego, me encontré con Fito y Charly, en una fila para comprar de Budweisers. Cuando regresamos a las sillas, Chuck seguía allí, no se movió ni un minuto, supongo que las reminiscencias del ácido… Eufórico como un niño, le dije que las verdaderas obras de arte, arrancan emociones. Que un artista se consuma, cuando su obra se transmite directo a la mente de quien le admira. Como ese lienzo que nos hizo llorar la primera vez que se posó ante nuestros ojos, o la escultura que nos quita el habla por la realidad de sus contornos y a la que sólo le falta respirar.

 

Segunda Parte

          La segunda mitad, comenzó con “Astronomy domine”, una canción, del repertorio de Floyd, que nunca me volvió loco; la sicodelia de la era de Sid Barret, en su máxima expresión. Gilmour la toca en casi todas sus giras y después de ver lo que logra con ella, puedo entender el porqué. Un ritmo de la época del ácido, y dadas mis circunstancias, la canción caía como sortijita. Durante el comienzo, la pantalla se pinto de amarillo y rojo; como una lámpara de lava. Pero, durante el jameo final, el espectáculo de luces fue brutal, un ataque frontal a los sentidos. Todo estaba en una sincronía perfecta. Luces y sonido, una experiencia audiovisual única e inolvidable. Me pregunté, cómo, después de eso, podría ver otro concierto, sin juzgarlo y compararlo con este?

          «Shine on you crazy diamond”, era una que todos esperábamos, de esas que definió el estilo y la grandeza de Pink Floyd. Otra vez el público se convirtió en un ente con vida propia; todos cantaban a la vez. Después sonó “Fat old sun”; del disco de la vaca. Una pieza alegre, refrescante. La bola se puso roja y amarilla, como un enorme sol, durante toda la canción. El jameo del final estuvo para parar los pelos, extenso y poderoso, David usó una Gibson Standard, dorada y sostenía las notas altas, dándoles ese sentimiento gilmoriano. Yo seguía sin poder dejar de reír. “Coming back to life”, aportó a continuar mi risa. Podría pasar como un coro de autoayuda, pero es una hermosa canción del Division Bell, el último disco de estudio, de Pink Floyd. “The girl in the yellow dress”, definitivamente un número distinto, un jazz de cabaret, rico y meloso; no suena, para nada a Floyd. La pantalla mostraba una colorida historia en caricaturas. En esta parte, algunos fanáticos mediocres, se movieron a buscar cervezas y otras cosas; se veía el movimiento en los pasillos.

         Sorrow”, fue otra gran sorpresa otra joya (dicen que se la escribió a Roger). “And silence speaks so much louder than words”. “Run like hell” no puso ser mejor. “And the hammers batter down your door, you better run”. Los lasers, todos los músicos con gafas oscuras (me pareció que el viejito se veía lindo con sus wayfarer). Fue una inyección de energía y luces, digna de un cierre. El simple detalle de las gafas, fue un acierto, creó un aire de humor y complicidad.

Cuando acabó, la banda hizo un amague de despedida. Sabíamos que regresaría, fuimos una buena audiencia en las primeras dos mitades. Yo merecía un Encore, estaba seguro. Chucky, Fito y Charly, también lo merecían; fuimos groupies idólatras. Llegamos a Chicago, desde Puerto Rico, para ver un británico, un verdadero happy medium geográfico; claro que merecíamos algunas más. Además, faltaba “Comfortably Numb”, así que, el concierto no había acabado; aunque llegué a temer que no la tocara.

Sin aviso previo, se escuchó un reloj, un tic-tac muy rítmico, que todos los buenos fans, conocíamos. “Time” encendió a los dormidos. “Tickin away the moments that make up a dull day”. Otra vez canté a galillo,”. “And then one day you find, ten years have got behind you, no one told you when to run, you missed the starting gun”. Cuando llegó el solo, experimenté, nuevamente, esa erección espontánea que ya había vivido en “Money”. Y claro, la bofetada al final: “The sun is the same in a relative way, but you are older, shorter of breath, and one day closer to death”. Después de “Time”, era mandatorio tocar “Breath (reprise)”, una va con la otra.
Hello, it’s there anybody in there”. Estaba tan metido en el espectáculo, que la olvidé Cuando sonó la primera nota, mis ojos abrieron de manera exagerada y mi garganta se trancó; no pude cantar ni una línea. Todo se completaba; sí, sueno como el perfecto fan idiota, que dice que el rock le cambió la vida. «Well I can ease your pain… can you show me where it hurts». David me subió en una máquina del tiempo, que pasaba visuales de mi existencia; desde las más dulces hasta las más dolorosas: el accidente de Brandon, el cristal, la brea, el dolor, las cicatrices que no sanaron y que no se ven; Diana, la cosa esa que creció en su pecho y el miedo de perderla; Madre, el infarto en el año nuevo, el hospital, el tiempo perdido que trato de recuperar. Todo, como un aleph de mí mismo, con banda sonora interpretada por Gilmour. «There is no pain you’re receding, a distant ship smoke on the horizon».  Una pira de rayos láser de varios colores, inundó el coliseo, era la parte más intensa del solo. Después los láser cambiaron a verde y formaron dos pisos de luz. Sentía que podía descender a la tarima, deslizándome por los rayos. La piel de gallina, los recuerdos, lo que no hice; lo que debí hacer; lo que sé que ya no haré. Todo pasaba por mi cabeza y se condensaba en lágrimas. Tal vez la realización de algo. Sentía que otra vez me hablaba la música. Chucky estaba tan petrificado como yo, no lo veía, mi cara estaba fija al frente, pero podía sentirlo. Su cabeza estaba tan jodida como la mía, era un espejo opaco, que me reflejaba perfectamente. Recordé todas las veces que traté de tocar ese solo en la guitarra, nunca pude, a pesar de aprender donde se pisaba cada nota. Por eso supe cuando estaba a punto de terminar, otra vez el vacío, pero acompañado de recuerdos, de alegría y dolor; de sentimientos que me hacían sentir vivo, nada bien, pero vivo. Tal vez era eso lo que me decía la guitarra: Vive, sufre y ríe en el proceso, pero, vive, “Dont be afraid to care”, y, claro, no te olvides de respirar.

Cuando todo acabó, me sentí en deuda con Gilmour, por ese torbellino de emociones y su momento climático durante ese último solo, que fue mucho más de lo que esperé. Por eso, decidí dedicarle mi primer libro, porque en ese mismo instante, descubrí como terminarlo.

Salimos en silencio, algo nos pasó. Otra vez Uber nos llevó al hotel, no recuerdo al chofer. Llegamos a la habitación, con la intensión de dormir un poco, el vuelo salía a las seis de la mañana, debíamos llegar a las cuatro al aeropuerto. Para variar, Chuky no quería dormir, “para eso tengo el avión”, decía. Me convenció de recorrer Chicago una vez más y a oscuras. Salimos, pero a penas hablamos. Chicago no tiene la mejor vida nocturna del mundo, caminamos mucho, antes de encontrar un lugar para comer y beber. Hot-dog y Guiness, fue mi última cena en Illinois. De regreso, casi llegando al hotel, Chuck sacó un pitillo del bolsillo de su chaqueta. ¿De dónde lo sacaste?, pregunté asustado. ¿Lo trajiste de Puerto Rico? “Claro que no”, contestó. “Se lo compré al jamaiquino de las trenzas, que estaba sentado en el bar”. Siempre me ha maravillado esa capacidad de Chuky, para conseguir de todo en los lugares más difíciles.

Llegamos al aeropuerto  tomamos el avión a tiempo. Charly y Chuky durmieron todo el viaje. Yo dediqué el vuelo a revisar el borrador del libro, con suerte lo terminé; con dedicatoria y todo. Aterrizamos en Puerto Rico, poco antes del medio día. Charly me llevaría a casa. Chuky se despidió con un gesto y una sonrisa, no hacía falta más. Se alejó por el pasillo hacia el estacionamiento, y desapareció entre la gente, casi de la misma manera en que apareció el día anterior. Me pregunto ¿cuándo lo volveré a ver? Seguro que en el próximo concierto. Alguien dijo que no se extraña lo que se no se conoce. Tenía razón, ya que, a un año de Gilmour, deseo verlo otra vez, lo deseo más, mucho más que antes de haberle visto aquella noche, en que al fin entendí el verdadero significado de estar “Comfortably Numb”…

 

2 Comments

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  1. Me transportaste ahi, con tu maravillosa descripción

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