«TERROR EN LA SANSE»

Entonces, la tierra se detuvo. Después de casi dos semanas de un patrón de inquietantes temblores que culminaron en destrozos los días seis y siete de enero, al fin los movimientos cesaron, al menos los de la intensidad que nos preocupaba a la mayoría de la ciudadanía. Volvimos a las rutinas y despreocupaciones y, en menos de una semana, “Los temblores de los Reyes” y su apagón general, eran sólo un recuerdo de la “resiliencia boricua”. Continuaron las celebraciones post-Navidad, las “Octavitas” y el ánimo de fiesta que tanto nos caracteriza como puertorriqueños.

Luego, llegaron las Fiestas de la Calle San Sebastián; “LaSanSe”, como la han rebautizado las generaciones más “modernas”, que requieren de recortes y brevedad para todo (me pregunto si serán así de breves para el sexo y sus designios). La Alcaldesa (que quería ser gobernadora) hizo alarde de la seguridad y la corrección con que se llevarían las celebraciones, era su última carta pública importante para tratar de agradar a los que no votarían por ella de todas formas.

Las Fiestas comenzaron miércoles, con la concurrencia que caracteriza el evento. El sábado, como suele pasar, no cabía un cuerpo más en las calles del Viejo San Juan; colores, música, ese olor a multitud ávida de festejo y algarabía; vi cientos de camisetas alusivas a la “Revolución del Verano-19”. Eran casi las once de la noche, cuando escuché algo similar a una explosión, como un trueno largo y áspero, que se replicó varias veces más. La tierra comenzó a temblar. En sólo segundos, los movimientos ligeros se convirtieron en sacudidas que hacían muy difícil mantenernos en pie. El terror, los gritos, la masa de personas apiñadas que no sabían que hacer ni a donde correr, estábamos atrapados en una trampa de murallas y concreto viejo.

En la calle del Cristo, poco antes de llegar al Hotel, vi cómo se abrió una enorme grieta, muchas personas cayeron a un profundo abismo de tuberías, pasadizos y escombros. Mi madre y mi esposa desaparecieron ante mis ojos, no pude ayudarles, sólo escuché sus voces caer al vacío mientras me sujetaba para no caer también. A la distancia, parecía que los adoquines se tragaban los cuerpos. Cinco grietas similares se formaron a través de la ciudad, cientos de personas cayeron.

Esa misma noche, tal vez una hora después del desastre, cuando todavía llegaban los equipos de bomberos y seguridad pública, cuando la gente aún corría desesperada y llenos de sangre, algunos tratábamos de remover los cuerpos inertes de entre los destrozos, un comunicado en vídeo corrió las redes sociales. Un grupo de excombatientes de la Guardia Revolucionaria de Irán, se atribuía el ataque contra “una de las colonias más antiguas de los Estados Unidos”, en represalias por la muerte del General Qasem Soleimani. Según el hombre encapuchado, que hablaba en inglés y con un marcado acento árabe, el pueblo puertorriqueño había expresado en reiteradas ocasiones sus deseos de pertenecer al Imperio Americano y debían ser castigados con la pena capital.

Al momento de este escrito, las autoridades no tenían un número exacto de víctimas fatales, pero, estimaban que aproximadamente cuatro mil personas perdieron la vida y más de veinte mil resultamos heridas. El ataque ha sido catalogado como el mayor acto terrorista ocurrido en Latinoamérica. El Presidente Donald Trump, expresó en su cuenta de Twitter: “Ese cobarde acto de terror contra la buena gente de Puerto Rico, no quedará impune”.

4 Comments

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  1. Sandra Colorado 9 enero, 2020 — 11:01 am

    Me encanto el cuento sobre La SanSe. Puede ser una triste premonición.

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