Por: Milenia Gilmour
Creo que nunca podré decir con precisión quién es J.A. Zambrana, me parece que ni él mismo lo sabe. Pero sí pienso que puedo “anti-describirlo” o al menos tratar de decir lo que no es.
No es de los que se declaran escritores sólo porque puede acumular algunas palabras con coherencia y colocarles las tildes correctamente. No es de los de letras reverentes ni religiosas ni de los que se circunscriben a convencionalismos ni a tendencias, sólo porque que están “in”. No escribe para hacer imagen ni mercadeo ni es de los que buscan las palabras que convienen. Sus letras no evaden el humo ni la bocanada ni la alucinación, mucho menos el espíritu de los etílicos; tampoco ocultan el cinismo ni la ironía, de facto los promueven. No es de los que respetan los límites ni de los que transgreden por transgredir. No es de los que se quedan callados ni de los que hablan sólo para escucharse ni de los que desperdician palabras en argumentos huecos. Tampoco gusta de dar pasos hacia atrás, aunque le pongan amenazas de frente. No es de los que no admiten que se equivocan ni de los que piensan que es demasiado tarde para gozar de la adrenalina de dar una buena pelea cuando se tiene la razón. No es de los que buscan la salida cómoda ni la escritura fácilmente descifrable; tampoco de los que no les gusta buscar mensajes entre las líneas. No es de los que se niegan a entender ni de los que rechazan lo que desconocen. No es de los que le temen al cambio. No pertenece a una masa ni a mayorías ni a minorías. No es parte de la rueda de los comunes ni de las ejemplares ratas ciudadanas de la hipocresía social, la política insana y lo políticamente correcto. No impone ni perpetúa, no es obstáculo ante lo nuevo ni se aferra a la novedad. No es de los que empuñan lo podrido porque los tienen amarrados. No es de los que permiten que otros, sin importar sus títulos de nobleza: piensen, sientan y crean por ellos. No es uno más ni es un par. No es de los que temen perder ni arrepentirse de lo hecho. No es de los que acepta que le conviden con mierda, por buenos que sean sus marginales beneficios. No es de los que le rinden pleitesía a los ceros del lado derecho ni de los que pueden sobrevivir sabiendo que sólo son y serán ceros del lado contrario. No es de los sumisos ni de los justos, pero tampoco es de los que consienten la injusticia y peor aun de los que alardean con ella. No es un súbdito de la certeza, aunque se ríe ante la certeza de lo absurdo. No es de los que cree que la muerte le sigue a la vida ni de los que se niegan a pensar que la vida y la muerte pueden coexistir en sí mismas. No es de los que ignoran el placer cruel de la lucidez de la conciencia. No es de los que te duermen con cuentos de hadas ni con epístolas de fórmulas que pasaron la prueba y, mucho menos, con palabras de auto-ayuda. No es de los que no cargan cicatrices ni de los que temen a quemarse de nuevo. No es de los que esconden en sus letras el delirio, el amar, el escandaloso silencio, el dolor, el desgarre, la muerte, la duda, el deseo, la herida, lo abrasante, el estar solo y el acento de sólo de solamente.
Porque no se hace llamar escritor, se atreve a profanar la escritura con Cándidos, sonidos de ausencia, cuentos de humo y de locura, tiburones, variables y un sinfín de obsesiones y continuarás.
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