Cándido y la Música Sacra

 

Por: J. A. Zambrana

(Derechos reservados)

La Semana Santa es el Viernes Negro de los intérpretes de Música Sacra; el equivalente a la Navidad para cohetes quemados como José Nogueras y algunos de los Croattas, que pretenden, sin esfuerzo ni mérito, vivir de los éxitos del padre. En estos días santos, han desfilado por la TV, una gran cantidad de interpretes sacros de todo tipo (se me hace imposible llamarles “músicos”). Desde chicas hermosas con apariencia de modelos de pasarela, otras góticas y algo extravagantes, gorditos con aspectos de gorilas, y toda una gama de mediocres sin personalidad,  que jamás podrían sobrevivir en la verdadera industria musical. Todos con algo en común, un “testimonio de fe”, un libreto mas trillado que la madre de todos los clichés: fueron tocados por el llamado a servir, y quieren llevarle paz y salvación a quienes más lo necesiten. Curioso que todos enfatizaron en como les encanta cantar en hospitales, frente a los enfermos y moribundos.  Después de, en tan corto tiempo, escuchar tantos buenos samaritanos con banda sonora integrada, me pregunto ¿por qué sigue tan jodido este mundo?

 

No hay que ser talentoso para tocar o cantar Música Sacra. ¿Será por qué Dios todo lo puede? O será que sólo basta con la fe. La cantidad de ventas depende de la calidad del testimonio, mientras más dramático y conmovedor, más discos de metal al final del camino. Por pura pena y amor al chisme se compran los discos: una adicción es un seguro disco de plata; una condena en la cárcel, te gana un disco de oro; y un cáncer es platino definitivo, triple platino si te desahucian y sobrevives. Ni siquiera hay que saber escribir o componer; las letras son extracciones literales de la Biblia, cocidas con una poesía de gueto, que le sacaría úlceras a Juan Ramón Jiménez y hubiese provocado el suicidio de John Lennon.  Si Dios tuviese los derechos de autor de sus evangelios, según la ley vigente de Copyrigths, todos los intérpretes y “compositores” sacros, le deberían sus fortunas al Cielo. Porque si usted cree que se trata de llevar el mensaje y regalar salvación, se equivoca. Después del Reggaetón-tón-tón, la Música de Dios, es el género más lucrativo en toda Latinoamérica, en especial en Puerto Rico.

Es como los libros de autoayuda, no importa cuán mierda estén escritos, una trulla de idiotas con ínfulas de intelectual, los compraran y no los leerán; sólo para decir que los tienen. Alguna vez compré un panfleto de esos, porque era el debut literario de una gran amiga. Cuando leí las primeras páginas necesité dos copas de whisky y un porro, ante las idioteces que la gente necesita para motivarse y se atreven a llamar literatura. Y si esa misma autoayuda sin sentido ni corrección literaria, viene asistida con pasajes de la Biblia, que te hacen creer que puedes vencerlo todo, hasta un cáncer etapa 4, sólo con seven-up y oración, las ventas se elevan más allá del cielo. Pasa igual con la música, no importa la calidad de la composición, siempre que tenga a Dios, Jesús, el Señor, al Padre, al Hijo o al Espíritu Santo, metidos o metiéndose por alguna parte, todos los zurumbáticos borregos del rebaño, querrán escucharla, aunque tengan que pagar por ella.

Hubo uno de esos “cantantes” que pegó en varias Iglesias y se creía el Luis Miguel de los sacros. Pero, cuando notó que su fama bajaba con la cruda competencia, se matriculó en un gimnasio, acondicionó su cuerpo como cualquier cantante o stripper secular y, además, se puso ropas muy ajustadas, similares a las de Ricky Martin en los tiempos de “La vida loca”. Al ver que la apariencia de modelo de Armani, no lo ayudó mucho con el espíritu de la feligresía, incluyó a su esposa en el ridículo acto de profanación musical. Juntos crearon lo más parecido al Dúo Pimpinela, pero, dando gracias a Dios por el amor, en vez de pelear y gritar con despecho, como hacía el dúo español, que tanto le gustaba a las novelaras y noveleros puertorriqueños de los ochenta. Si ridícula se veía la parejita, jurándose amor eterno, cantado y ante Dios, más ridículos se veían los espectadores que hacían coro, enemigos de la estética, del arte y la educación;pero a su vez, fanáticos y defensores inconsecuentes de los maratones de novelas turcas, de los programas de chismes, la autoayuda y los memes religiosos.

Aunque parezca inverosímil, el apoyo del rebaño, hacia los mensajeros del Señor, cambia según el pasado y los antecedentes. Si el individuo es un notorio pecador que se cambió al bando de los sacros, los pecados cometidos y confesados le brindan grandes posibilidades de éxito. Saber que un verdadero truhán canta en nombre del Señor, le da un atractivo especial, un standing  superior al de los mama’os que siempre se han declarado santos y no han requerido del verdadero perdón de Dios. Los descarriados famosos que llegan, tienen más valor que los que siempre siguieron la línea; son guerreros que vencieron las tinieblas y alcanzaron la luz (lo que sea que eso signifique). Miren al reguetonero que se hacía llamar el Papá. Quien huyendo de una bala, se escondió detrás de la cruz y ahora le predica a los tra-tra y las  yales que alaban al Creador, pero que nunca han leído un libro entero, ni siquiera han completado un ejemplar de Condorito. Escuché que hasta hará una película, acerca de cómo vivir como delincuente y luego usar los caminos de Papi Dios, para lavarse la cara y la fortuna guardada.
Y ni hablar de los sacros que se van a gozar el sabor dulce, saladito y divino del pecado y regresan con la frente elevada en “victoria” y reclamando haber vencido al mal; son la peor calaña de roedores de la fe. Ya lo dijo el más grande de los escritores: “La mejor forma de vencer la tentación, es cediendo ante ella”. ¿Recuerdan a Sami? El que vendió millones de copias de su patético “Cuando levanto las manos”, aquel himno que adoptaron las iglesias protestantes y algunos líderes del PNP, para sustituir al Padre Nuestro. Los pastores se peleaban para que el apóstol Samuel cantara en sus congregaciones. De repente (boom), nos enteramos en uno de esos programas de chismes que, San Samuel, levantaba las manos cuando empezaba a sentir que su amante le bajaba la cremallera (el zipper, para que lo entiendan los que sólo leen la Biblia). Y vamos, no se trata de juicios, todos tenemos el derecho a hacer con nuestras vidas, vergas y vaginas lo que nos venga en gana, no importa si las ganas vienen del alma o de los intestinos. Pero, si te las das de puro y casto, andas diciéndole al mundo bajo que código moral debe vivir, condenas a la desdicha a los que no piensan como tú, y encima, le pones a tus palabras esa ridícula música, no puedes andar por ahí dándole con la figa del pecado a las groupies que se disfrazan de muchachitas serias y de su casa. Eso lo hacen los otros músicos, los de verdad; los adictos a la piel, al deseo y la lascivia; los que se meten coca, éxtasis y l.s.d.; los que fuman pasto y se conservan con exageradas dosis etílicas. Al final, Samuelín el barbarín, levantó las manos de nuevo, esa vez para dar su testimonio. La humillación frente al Señor, lo hizo más varón ante las ovejas, lo solidificó como hombre de fe; hasta pegó otra canción, pero sin la suerte de las manos arriba, que fue uno de esos fenómenos de absurda ridiculez.

En esa línea, ¿alguien ha visto lo ridículo que suena un sacro que trata de rockear? Son patéticos los conciertos de eso que llaman Rock Cristiano. Le faltan las agallas que sólo el pecado puede proporcionar. ¡Por Dios, nadie hace headbanging en nombre de Cristo! Bueno, excepto las viejas de piernas peludas y ropa de poliéster, cuando empiezan a hablar en lenguas de ataque epiléptico y a dar saltos de canguro, pero, eso nada tiene que ver con la música; la locura trabaja de formas misteriosas. Se dice que los mercaderes de esos malos ritmos, andan en busca de un gay talentoso y seguro de sí mismo, a lo Ricky o Elton; que renuncie a sus instintos y convicciones, y declare que, gracias al poder de Dios, ya no come “pollas” (como lo dirían en España). Lo convertirán en un “Bizarro Miguel Bosé”, que cante en serio: “Seré un hombre por ti”; pero, cambiando el nombre de la canción a “Bandida”, claro está.

El otro día vi un anuncio de Música Sacra Romántica; sí, romántica. Ya de por sí, las letras me parecían eróticas y subliminales: “Lléname de ti”, “Me penetró el espíritu”, “Jesús me clavó su amor”, “En nombre del Señor, te voy a hundir el puñal”. Si eso no es romántico o erótico, no sé qué podrá serlo; es como escuchar Las Cincuenta Sombras, pero, las de Jesús. Tengo un amigo que se llama como el Nazareno, pero no es para nada cristiano; es un ateo de línea libre que trabaja en una oficina de Gobierno, en la que en todos los escritorios, los empleados tienen algún radio o aparato reproductor de música, y en su mayoría, con canciones sacras todo el tiempo. Dice que se le hace divertido escuchar mujeres, a diario, pedirle que las “penetre con su luz” o que les “clave su amor hasta lo más profundo”. Asegura que lo único que evita la erección y el “auto-coco-tazo” en el baño de la oficina, es que las cantantes se ven tan mal como se escuchan, nada que pueda levantar el espíritu del santo de su entrepierna. Dice que seguro le costará un caso de hostigamiento, el día que una guapa o al menos inteligente, le cante una chorrada como: “Oh, Jesús, derrama tu calor dentro de mí y hazme volar con tu fuego”.

En este mundo de filósofos del meme, intelectuales de Cliff-Notes y Wikipedia, en los que ya nadie se esfuerza por nada, cantar varias cancioncillas de esas durante el tapón de la mañana, podría sustituir una hora de oración, hasta una misa entera; como tomar exámenes libres para salir de la Escuela Superior. Muchos empleados de Gobierno, lo harán durante horas laborables, les gusta perder el tiempo y les fascina que otros canutos les escuchen, se sienten predicadores de la palabra cantada y pagada con la fe de los contribuyentes. La falta de estética musical y la idiotez de un colectivo, han elevado a los hipócritas de la sacristía de acordes facilitos y ritmos para principiantes, al nivel de hombres de fe, de apóstoles bien pagos, a lo Wandita Rolón; con relojes caros y guitarras carísimas. ¿Saben que con lo que vale una de las Gibsons de Samuelito el facilito, come una familia de cuatro, por un año entero?

Entonces, llegamos a la Santísima Payola, al negocio común, ordinario y sucio del entretenimiento, pero, disfrazado como boleto a la salvación. Estos saltimbanquis, se combinan con los pastores de medio peso, para que empujen a los feligreses a comprar esas profanaciones musicales. En estos tiempos de difusión fácil, los Mercaderes de la Palabra, tienen emisoras de radio y tv, y sus iglesias son los escenarios. Por un módico y razonable cuarenta a cincuenta por ciento de las ganancias, tocan hasta una bachata interpretada por Judas Iscariote, y la venden como un indispensable instrumento para llegar al Señor, para ascender vía expreso y sin escalas al paraíso; un “knock, knockin on heavens door”, sin más sacrificio que apretar el botón de Play. Y a la mierda con eso de pagar impuestos. Alegan esos truhanes que la música de los sacros tiene una función de ayuda social, necesaria para el funcionamiento del Estado.

Las notas altas del cantante, las buenas guitarras y la vigorosa batería de Stryper, fueron una rara excepción a la regla de los sacros del rock. Sonaban como rockeros y lo parecían; aunque siempre me pareció ridículo el uniforme amarillo y negro, al menos cumplían con la estética del pelo bonito, requerida en los ochentas. Sólo hubo un pequeño gran detalle: los rockeros apestosos que los escuchaban, siguieron tan apestosos como siempre, nunca les importó el mensaje que Cristo les enviaba a través del Heavy Metal. Durante los conciertos, continuaron fumando la misma cantidad de marihuana, olfateando las mismas líneas y hasta gozando del mismísimo sexo, rico y desenfrenado. Todavía recuerdo a mi amiga Maritza y su llanto al contar como perdió la virginidad durante la canción «Honestly» en el concierto del 87, en Bayamón; con un chico que apenas conocía y que jamás la volvió a llamar.

El recuerdo colectivo de aquel primer concierto de Stryper, es que fue uno de los más libertinos y depravados de los ochenta, a pesar de que en la tarima se llevaba a cabo un culto religioso. Estuve en conciertos de Mötley Crüe, en que los fanáticos fueron mucho menos degenerados. Nadie puede negar que Satanás venció aquella noche; la potencia de la música y el calor de los cuerpos nos invitaron a pecar, y aceptamos. El ritmo pesado, robado y emulado por los mensajeros de Dios, para «desinfectar» cerebros del pecado, despertó las mismas pasiones que trataban de frenar, y nos llevó vivir una escandalosa noche, repleta de hedonismo y excesos, en la que Dios siempre estuvo presente a través del mensaje de aquellos habilidosos sacros que encendieron la tarima.

¿Será que la Música Sacra no mueve montañas, no renueva espíritus ni endereza palmas dobladas?  Tal vez se trate de otro instrumento de manipulación de masas, a través del uso de imitadores y facsímiles razonables sin talento ni alma, que pretenden engatusar a los espíritus flojos y las mentes cortas, copiando los ritmos más pegajosos y mundanos, esos que calientan la sangre y mueven el cuerpo. Se trata de despertar la pasión del pecador, utilizando los estímulos que lo llevan a pecar, para después negarle su derecho al pecado deseado. Todo un despliegue del sadismo más burdo, el utilizar la música como propaganda de control, para seguir lucrando a los bastardos de la fe, que manejan los negocios de Dios en la tierra. Que nada le aportan al desarrollo del arte sin censura, y que asesinan el desarrollo y el acceso a la cultura de este país.

Y,  ¿qué hace un agnóstico ante una emisora de Música Sacra en un Viernes Santo? Seguro que ante la ambivalencia de su filosofía del porsiacaso, pone el radio en estéreo y le baja el volumen a una de las bocinas, para escuchar sólo la mitad de lo que se oye. Si escoge la izquierda o la derecha, al final, no creo que a nadie le importe…

 

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