Recientemente vi que el Instituto de Literatura Puertorriqueño, una entidad afiliada a Universidad de Puerto Rico, otorgó premios a varios libros publicados por autores locales, a quienes felicito por el logro. Esta crítica es al proceso, no a los autores.
Antes de continuar, debo aclarar que he ganado premios en certámenes literarios (desde menciones y primeros lugares, hasta una “derrota” por unos jurados poco leídos y compañeros de claque del autor que decidieron premiar); sólo que no suelo decirlo en todas partes, me resulta vergonzoso y onanista andar hablando de mi todo el tiempo. Lo aclaro porque no quiero que se malentiendan estas palabras como la crisis de un perdedor rencoroso y mordido por la envidia, y sí como la opinión de alguien que conoce los procesos y ha jugado el juego. También aclaro que ninguno de mis libros participó en el certamen mencionado; dejando la modestia muy, muy de lado, de haber competido algo hubiesen ganado; así de seguro estoy de la calidad de mis letras.
Ahora bien, ¿qué garantiza que un certamen auspiciado por entidades del Gobierno y pagado con fondos públicos, no sea manejado de la misma manera laxa o preferencial con la que se manejan todos los asuntos gubernamentales? Como pasó con la delegación que la Administración de Beatriz Roselló escogió para la Feria Internacional del Libro, celebrada en República Dominicana; leí a algunos compañeros autores despotricar contra el método de selección, desconocido y utilizado para escoger a los “escritores” que representarían la isla. ¿Qué hace que el certamen del Instituto sea distinto?
La realidad de los concursos es que muchos buenos libros no participan en ellos. Requieren que el autor envíe al menos cuatro copias por cada categoría del certamen en la quiera competir, más el costo de las categorías; eso multiplicado por la cantidad de concursos, es un lujo que para algunos buenos escritores resulta oneroso. Ciertos certámenes son todo un negocio lucrativo, que venden hasta pegatinas para que los autores puedan identificar sus libros es los estantes de las librerías como: “Award Winner”, lo que me recuerda aquellas palabras de Chucky: “Self-improvement is masturbation”. Otros son meras formalidades en las que los jurados entregan los premios a los amigos y compañeros de organización, cofradía, clubes u otras claques cerradas a sus miembros.

Lamentablemente para todo aquel que quiera dedicarse a las letras, los certámenes son un mal necesario, representan una forma de difusión para darse a conocer y vender ejemplares, ya que en la civilización del espectáculo en la que vivimos “la apariencia importa más que la sustancia” y alguien que gana premios y los exhibe (sin que importe el valor o la mediocridad del premio), tendrá siempre mejor aceptación dentro de las mentes cortas de lectura que proliferan hoy día. No se necesitan buenas letras para los concursos, sólo hace falta dinero suficiente para invertir en ellos.
Alguien dijo alguna vez que “no todo lo que brilla es oro”. Yo digo: No todo libro premiado es buena literatura, algunos sólo se presentaron a competir…
