La vida no da sorpresas
Por: J.A. Zambrana
Adaptación de “La muerte en Samarra” de Gabriel García Márquez, de “El gesto de la muerte” de Jean Cocteau y de “Salomón y Azrael” de Yalal Al-Din Rumi
(Derechos Reservados)
Aquella tarde, el joven narco llegó a la “casa-oficina” de su jefe, con el rostro impregnado de espanto y una mirada de terror.
–¡Jefe! –le dice–. En la esquina del bar, he visto a Arturo Pistolas Febres, el más temido de los sicarios de esta parte del país, y me ha lanzado una mirada amenazante que de seguro vaticina mi muerte. Me pregunto: ¿Quién le pagará por quitarme la vida? Sé que aún te debo mucho dinero, pero te ruego me ayudes a esconderme o escapar.
Sorprendido, el jefe le responde:
–Toma las llaves de la camioneta azul, vete a mi casa en el próximo pueblo y escóndete ahí. Cierra bien la puerta y no salgas. Mañana, en horas tempranas, llegaré hasta la casa y te ayudaré a salir del país. No llamaré antes, sólo llegaré y tocaré la puerta tres veces; esa será la clave para que abras.
El narco huyó de prisa y sin mirar atrás, perdiéndose en la puesta del sol y dejando una nube de polvo tras de sí. En la noche, en el bar, el jefe se encuentra de frente con Pistolas Febres, y luego de observarlo con seriedad le dice:
–Esta mañana le lanzaste una mirada amenazante a mi empleado, ¿qué cagada fue esa? –dijo el jefe con engorro en su voz.
–Pues interpretó muy mal tu muchacho –respondió Pistolas–, mi mirada no era de amenaza, sino de sorpresa. De veras me consternó verlo acá, tan distante de tu casa del próximo pueblo, donde me ordenaste que lo buscara mañana a primera hora para matarle.
–Todo sigue en pie, no olvides tocar a la puerta tres veces.
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