Cándido y el Centro de Servicios al Conductor

(Cándido Desperado-Tarantino)

Por: J.A. Zambrana

ADVERTENCIA AL LECTOR: Este cuento es totalmente irreverente y políticamente incorrecto. Tiene la intención de menospreciar el mal servicio público, sin discriminar a nadie por la raza, género, religión, política, ni condición social. Si usted es un mal servidor no lea más, podría sentirse ofendido; o, mejor aún, siga leyendo tal vez aprenda una lección…

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          Tengo que renovar la licencia, me percaté dos días después de vencida. Mi nombre es Cándido Corriente Icomún, hoy tuve que escaparme de mi trabajo y evadir al jefe que sólo sabe preguntar a dónde voy, para hacer otra vez esta fila con tanta gente tan fea que me siento en un campo de concentración.

          Ayer también estuve aquí, hice otra línea similar de gente con el mismo aspecto e idéntico humor. Horas descontadas de mi salario, en las que estuve obligado a escuchar conversaciones ajenas de individuos que daban la impresión de ser sordos o necesitados de atención. Hoy parece la repetición de ayer. El guardia de seguridad, un moreno de tamaño extra grande reparte los turnos y controla el tráfico de la fila. Educado en un establo, con acento de cantante de música urbana y la delicadeza de rinoceronte, ordena a la gente a moverse a las ventanillas. La secretaria en el escritorio al lado de la puerta, una rubia de decolorante activo, piel canela y uñas larguísimas con diseños de Betty Boop, es la encargada de orientar a los recien llegados. Para todas las preguntas sólo tiene una contestación sin sonrisa ni cortesía: “Amor, tienes que hacer la fila”, y continuaba con su conversación telefónica.

          Ayer después de tres horas y media de oler sudores, gases estomacales; escuchar chismes de farándula de voz de la secretaria que parecía tener el móvil soldado a la oreja (podía soltar la mano y el artefacto se quedaba fijo, como sin gravedad), al fin llegó mi turno y pasé a la ventanilla. Un chico caucásico de cabello rubio y doble pantalla en cada oreja (como salido de un comercial de TV), escuchó mi solicitud. Como burlándose me dijo que no podía ayudarme porque me faltaba pagar una multa.

          –Ya la pagué –le dije.

          –Pues necesita evidencia.

          Le expliqué que hice una la fila de horas, que si podía llevarle el documento al otro día (o sea hoy), me dijo que no era su culpa.

          –¿Por qué no preguntó en la recepción?

          Le dije que le pregunté a la Betty Boop que no me dijo nada de documentos y me envió a la fila, mientras hablaba por teléfono del peinado de Donald Trump. El empleado modelo me dijo que regresara con el documento de pago y que no hiciera la fila; que me recordaría. Salí como pecador que huye del apocalipsis, a buscar el documento a mi casa. Lo conseguí y regresé quince minutos antes de la hora de cierre, pero ya estaba cerrado el lugar, vacío; excepto por dos personas que limpiaban los cristales. Claro que me molesté, pero nada podía hacer y me fui a casa.

          Hoy, llego a las doce y treinta, y espero a que abran. No le pido turno a Kamala el guardia, porque tengo el salvo conducto del empleado modelo de ayer… 

Para la historia completa:                                                        Simplemente Cándido, pronto en librerías…

One Comment

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  1. Wow no me esperaba ese final. Te quedó tremendo, podía sentir las emociones de rabia y desesperación del personaje.

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