Cándido y las razones de la lluvia del domingo 16 de agosto de 2015

Por: J.A. Zambrana

(Derechos Reservados)

          Mi nombre es Cándido A. Teopráctico. Después de la prolongada sequía y el irracional racionamiento, al fin llovió el domingo pasado. Y como siempre pasa en esta tierra nuestra, alguien pretende adjudicarse el milagro o transferir la culpa. Que muchas versiones y razones escuché, que pretendían explicar la buena cantidad de agua que cayó. Fundamentalistas de Biblia dura, afirmaban que Dios lloraba por la tristeza de ver la inmoralidad que se cometía en el Viejo San Juan, con la boda “masiva” de parejas gays (después que el Tribunal Supremo de la USA, ratificara el matrimonio entre personas del mismo sexo). Otros religiosos de dogma más laxo, de versículos selectos, posmoderno y conveniente, aseveraban categóricamente, que la falta de agua, era efecto de la sequía de derechos civiles en el país, y que la lluvia respondía a las lágrimas de felicidad de Dios, al ver un Puerto Rico que se mueve a la igualdad. Hubo además, politiqueros y traficantes de cuentos pre-eleccionarios, que aseguraron que la hortaliza de nubes y gotas, secretamente plantadas sobre nuestras cabezas, por aviones que contrató el gobierno, había tenido exitosos resultados. Y claro, no faltaron algunos meteorólogos, con historias descabelladas e increíbles, acerca de ondas tropicales y presiones atmosféricas que causaron precipitación. ¿Quién podía creer eso, después de escuchar las otras tres anteriores?

          No sé cuál fue la verdadera razón, tamoco me importa. Pero me alegro de la repentina lluvia, juro que desde la ventana del cuarto, me pareció ver las plantas de mi jardín, sonreír y contornearse sensualmente entre las gotas y la humedad. No suelo creer en nada, pero por hoy seré agnóstico, y (sólo por si acaso) encarecida y cándidamente le pido a mis buenos amigos gays, que organicen otros días de bodas masivas. Con muchas más parejas que la anterior, muchas más; que dure horas la ceremonia, todo el día de ser necesario. Si cuando Dios llora, se llenan los embalses, pues hagámosle llorar, sin que importe la razón del llanto. Ya sea alegría, rabia o tristeza, lo que importa es que llore; que se vacíe a lágrimas de lluvia viva, y que con su pena, ira o contentura, nos acabe de enviar el agua que necesitamos; que deje de hacerse el difícil. Con tres o cuatro fines de semana de eventos matrimoniales en masa, estoy seguro que se llenan las represas y termina esta sequía que anda secando la inteligencia de muchos, que se la adjudican a la primera idiotez que se les ocurre.

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