Por: J.A. Zambrana
(Derechos Reservados)
Llegamos a la Sala de Emergencias, mamá no respira bien. Son las nueve de la noche y mi hermana Cari me espera en la entrada, siempre nos ayudamos con los asuntos de la vieja. Quien a sus setenta y ocho, aún conserva una excelente salud; salvo por sus problemas respiratorios ocasionales, que a veces nos traen de visita al hospital. Aunque hoy está más asustada que de costumbre, no es nada que no hubiese pasado antes: algunas terapias respiratorias, un sedante y para la casa a descansar. Nos sentamos en la fría sala de espera, junto a unas quince personas más. Llaman su nombre. Entrevista inicial: Hola, soy Cándido Corriente Icomún, ella es mi madre”; tarjeta de seguro médico y firma. Luego los vitales; los laboratorios, el pinchazo (más de uno) y la mala cara porque detesta las agujas. Llega el médico, uno muy joven, cada vez son más jóvenes. Dice que hay un problema de oxigenación que le preocupa, pero que habíamos llegado más que a tiempo para tratarla. Está seguro que con el porciento correcto de oxígeno, todo regresará a la normalidad. Recomendó una máscara que proveería una mayor cantidad de aire que las ordinarias.
Minutos más tarde, una de las enfermeras me dice que hay un problema con la mascarilla recetada; la farmacia del hospital la tiene, pero necesita una autorización del seguro médico. Le digo que pago el costo, que olvide el seguro. Pero por asuntos de controles federales, necesita la autorización. Durante toda la noche, marcamos a los diez números de teléfono de la compañía aseguradora, disponibles las veinticuatro horas, pero sólo suena una grabación agradeciendo la llamada y la espera. Ya sale el sol, así que decido presentarme a una oficina satélite, cerca del hospital, ya que la matriz con los jeques que toman las decisiones, está en otro pueblo.
Son las seis de la mañana, y desde el estacionamiento se ve la marejada de personas dentro de aquel lugar…
Para la historia completa: Simplemente Cándido, pronto en librerías…
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