¿Qué por qué escribo? (Primera Entrega)

Por J.A. Zambrana

(Derechos Reservados)

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          Agradezco a los que me leen públicamente sin miedo a las consecuencias, que me honran con sus comentarios y sus “me gusta”; también a los que me leen escondidos y se sienten subversivos al hacerlo, como si retaran la autoridad y al gran hermano que observa. Es bueno saber que allá afuera aún quedan locos con quienes compartir el delicioso dolor de la lucidez que me ataca al escribir. A ellos les dedico el placer de contar.

I

          Aunque este escrito surge de una pregunta, no necesariamente provee la respuesta. Esa interrogante frecuente que muchas personas (amigos y no tanto) me repiten todo el tiempo. ¿Qué por qué escribo? El otro día alguien me la disparó, sólo porque no le gustó algo que escribí. No lo sé, le contesté. Pude darle mil respuestas, pero sabía que ninguna cambiaría el sabor de la amarga mirada que me lanzaba. Casi a diario me hago las mismas preguntas y nunca obtengo respuestas. ¿Por qué escribo? ¿Para qué?

          Puedo decir que escribo porque creo que la narrativa y la tinta, son la base de la memoria histórica; la forma simple de transmitir la información y que, usados correctamente son el mecanismo más eficaz para combatir la ignorancia y a los truhanes que la promueven. Después de ver directo a los ojos de esos bastardos que manipulan la verdad, y saber de lo que son capaces, se me hizo un deber armarme con letras y tinta. Esa es una respuesta casi perfecta y en la que creo totalmente, pero no sé si es por eso que escribo. Puedo decir, y juro que no miento, que escribo para silenciar las voces en mi cabeza, que no me dejan tranquilo hasta que las convierto en ideas y las materializo en oraciones. También me parece muy lógico y cierto, afirmar que me volví adicto a hacer figuras con letras; que descubrí una droga tan placentera como cualquiera de las otras y de la que no me he podido zafar.

          Quizás para explicarlo deba (con poca originalidad) citar a los grandes; hacer míos sus porqués (que bien podrían serlos). Puedo citar a Vargas, explicar (muy convencido) que gozo la vocación de escribir y que su mero ejercicio es la mejor recompensa; que las letras son la mejor manera posible de vivir, con presidencia de las consecuencias, porque si no lo hago siento que desperdicio la vida. También citaría a la sensual Clarice Lispector, diría (y me parece cierto) que lo hago para pescar el entrelínea y luego desechar la palabra; que busco prolongar el tiempo, dividirlo en partículas de segundos y darle a cada una de ellas una vida insustituible. Sería todo un honor usar las palabras de Galeano (quien después de muerto, al igual que Benedetti, se ha puesto de moda en los “memes” de los intelectuales modernos con déficit de lectura) y decir que escribo para revelar las mil y una caras de una realidad que es siempre más deslumbrante de lo que uno suponía; para hacer sencillo lo complejo, sin abobamientos ni sacrificios de intelecto; para transmitir la electricidad de la vida, suprimiendo todo aquello que no sea digno de existir. Sería imposible no emular las líneas de mi favorito de todos los tiempos Oscar Wilde, y reclamar (creyéndolo) que escribo para reflejar al espectador y no a la vida, mediante el uso perfecto de un medio imperfecto, que me permite usar los vicios y la virtud como materiales de trabajo para crear algo inútil y admirarlo intensamente. No sería para nada descabellado usar las palabras de mi compatriota Rubis Camacho, y afirmar (con conocimiento de causa) que escribo para hacer mi propia historia, ya que la historia no es más que otro género literario, y cada quien la cuenta (como cuento) desde su punto específico en la vida. Y sin que le sorprenda a nadie, tendría que decir lo que el maestro Cortázar (a quien leo y releo y nunca deja de maravillarme), que para mí escribir es como jugar, divertirme, organizar la vida, las palabras, las ideas con la arbitrariedad, la libertad, la fantasía y la irresponsabilidad con la que lo hacen los niños o los locos. Pero, aun citando a los grandes, no puedo encontrar la razón exacta; ni siquiera ellos pueden explicarme el por qué y para qué escribo.

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          Algunos amigos y personas queridas, dicen que debo parar (algunas no tan queridas también lo dicen), ya que desde que les alcanza el recuerdo, escribir siempre me ha traído problemas de algún tipo. Con frecuencia choco con los complejos de algún imbécil que se siente ofendido o amenazado por lo que digo o la manera en que lo hago. Tienen razón esos amigos, pero por necedad o principios se me hace muy difícil (en realidad imposible) hacer adulaciones inmerecidas. Para quienes no entienden aún, jamás podré ser un lame botas inclemente, sin amor propio ni dignidad, como algunos con quienes me he cruzado en mi curiosa aventura por la vida. Me niego a escribir lo que no creo y (aunque no soy digno de santidad, ni me gusta darme baños de pureza, y encima acepto mi gran capacidad para disfrutar de algunos pecados) no le pongo precio a mis letras, ni acepto que ningún mamarracho, sin que importen los títulos jerárquicos ni el salario anual, me las condicione con amenazas y garantías de confianza, dinero y estabilidad.

          ¿Por qué escribo? ¿Para qué? Cuando me lo pregunto siempre vienen a la mente esos líos con cantazos que me han ganado mis letras. Merecidos o no, cantazos son cantazos y de ordinario dolieron, aunque luego me reforzaron el carácter. Desde muy joven ando pegándome con paredes (o individuos inánimes y hasta inescrupulosos): en la escuela, en la uni, en la vida profesional, siempre alguien se ha sentido ofendido o amenazado con mis escritos. Incluso, hasta se ha llegado a comentar públicamente, que de algún empleo anterior me volaron por escribir lo que no se me pidió (pregúntenle al delicado y florido Alcalde de Carolina).

          No sé por qué escribo, ni para qué. Desde chico me lo pregunto. Hablaba el otro día con una amiga fascinada con “Cándido y el glaucoma de la abuela”, que recuerda que desde la secundaria escribo disparates peores que los actuales. Desde aquellos tiempos ando teniendo incidentes, o tal vez, mis letras me han causado incidentes con la autoridad y la conveniencia de algunos cualquieras. No podré explicar nunca el por qué ni para qué, y creo que por mucho tiempo me lo preguntaré. Pero, lo que sí puedo hacer, es honrar a los que me lean, con letras genuinas, sin ambages ni autoayuda, sin filtros y, más importante, sin precio. ¿Qué por qué escribo? Nunca lo sabré con certeza, pero si me vuelven a preguntar, sólo una repuesta saldrá de mis labios. ¿Qué por qué escribo? Pues, porque me da la gana.

2 Comments

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  1. Siempre sé genuino en las letras y sobre todo como persona. Recuerda que no siempre tus letras serán del agrado de todos, esa es una de las maravillas de la literatura, la diversidad… 🙂 Un abrazo, distinguido escritor y amigo.

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  2. Se escribe para crear conciencia. Algunos le gustara lo que plasmaste en el papel y a otros no. Un escritor escribe para llegar a la cueva secreta de sus lectores. Escribes porque te da la gana, pero lo hacemos bien con un estilo narrativo para llegar a la gente.

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