Cándido y la escuela para escritores

Por: J.A. Zambrana

(Derechos Reservados)

-Lindísimo día, mis queridos estudiantes. Antes de comenzar la clase, como siempre, quisiera presentarme y mencionarles mis logros, nada que ver con erecciones en el ego, ni corrosión en la autoestima; simplemente quiero que lo tengan claro: mi nombre es Cándido Literato Pórmoda, tengo cinco títulos universitarios, dos licencias…(bla, bla, bla); he sido ganador de un sinnúmero de certámenes de cuento y novela locales (no le digan a nadie, pero los jueces de esos eventos somos toda una claque y nos damos la mano), mi primera de esas victorias fue….(bla, bla, bla); hasta el presente tengo cinco publicaciones pagadas con mis ahorros, ya que (gracias a escritores como yo) en este país no quedan verdaderas editoriales y las que hay no estaban interesadas (no lo repitan por ahí, pero decían que me faltaba sustancia, como si supieran algo de literatura); mi primera obra se titula…(bla, bla, bla). Establecida mi trayectoria y mis logros, no debe haber duda de que tengo capacidad para enseñar, no hagan caso a ese maldito refrán que dice: “El que sabe, sabe, y el que no, enseña”. Comencemos. Debo decir que leí sus trabajos y están pésimos; siguen cometiendo los mismos errores. Les recuerdo que aquí las buenas calificaciones no son para los que escriben bien, son para los que escriben como yo digo. A ver, ¿Julito Cortázar?

–Presente profesor.

–Julito, cuántas veces te he dicho que descartes esas cosas de misterios y fantasía, nadie las lee y nadie respeta a quienes lo escriben. ¿No se te ocurre otra cosa?

–Y si escribo algo acerca de una familia que tenga como mascota un tigre sin domar y que vive dentro de la casa; o quizás un cuento más largo de lo común, con muchos personajes, prisioneros de un embotellamiento que dura meses.

–¿Qué? ¿Usas alguna droga de esas que alteran la mente? Nadie que se perturbe la psiquis, podrá jamás escribir bien. Un tigre mascota y un embotellamiento de meses, estás a punto de que te mediquen. ¿No se te ocurre nada más?

–Pues quiero escribir una novela larga y de lenguaje difuso, distinto; como un trabalenguas sin fin. Además, quiero que se pueda leer de varias formas, intercalar capítulos adicionales a los originales y que el lector llegue a su conclusión.

–¿Qué dices Cotarzito? ¿Definitivamente estás de que te amarren?

–¿Es mala idea, profesor?

–Pésima, a quien se le ocurre semejante idiotez; un libro largo y que se lea de formas diversas. Escribe algo así para mi clase y verás como te repruebo.

–¿Pero por qué es mala la idea?

–Sabes que tienes que guardar silencio cuando te critico, no me interrumpas; aunque esa te la voy a contestar. Primero y más importante, es mala, porque yo no tengo ingenio para idear nada semejante. Segundo, no va a tono con las reglas que escogimos para dar forma a nuestra literatura. Queremos agradar a las masas, que nos compren todos; hasta los que no saben leer. Así que descarta esa cosa amorfa que describes, y simplifícate. ¿Entendido? Aquí sólo se permiten cuentos cortos, con conflictos claramente definidos y finales sorpresivos; ésa es mi fórmula ganadora.

–Ujum, señor.

–El próximo es Joselillo Saramago, que con ese estilito jamás podrá ganar uno de ésos premios de los que regalan mis amigos. Cuántas veces te diré que tienes que identificar los diálogos, no los incluyas en el mismo párrafo que la voz narrativa. ¿No entiendes que me confundes? Y si yo no entiendo, es porque tus letras no sirven. Otra cosa, me mareas con tus extensísimas oraciones; parece que nunca acabarán. Además, no se pueden hacer párrafos que duren páginas. Que bárbaro, deberías cambiarte a otra facultad. ¿Quién te dijo que sabías escribir? Sólo permito oraciones cortas, que difícil se te hace entenderlo.

–Excúseme profesor, pero es que la profesora de gramática me dij…

–Saramaguín, no me vengas con el cuento de que construir oraciones largas demuestra capacidad literaria, porque hago que te expulsen. ¿Y qué haces protestando? Sabes que debes callar mientras te critico. Tus compañeros y yo, podemos decir la barbaridad que nos venga en gana acerca de esas tonterías oscuras que escribes, tan complicadas que no las entendemos; y ante nuestra ignorancia, tenemos que juzgarte con simpleza, a quien le importa si sacrificamos el arte o la intelectualidad.

–Pero profes…

–Saramaguín dije silencio, ya te puse un cero por tus líneas sin fin; vuelve a hablar y repruebas. Y tú Jorge Luis, tampoco pareces escuchar lo que se te dice.

–¿A qué se refiere?

–Con respeto, recuerda a quien te dirijes, debes decir: ¿A qué se refiere profesor? A ver…

–¿A qué se refiere…profesor?

–Borgito, a que te he dicho que dejes el alarde y los delirios de grandeza; no hay quien te entienda ni te soporte. Te leo diez veces y no comprendo lo escribes, ya sabes, sólo sirve lo que yo puedo entender. Tanta palabra dominguera, entrelazada en esa simpleza que todo lo complica, hará que te critiquen de mala forma; nunca llegarás ser grande profanando las letras de esa manera. El siguiente es Horacio, quien quiero que me diga ¿qué le sucede?

–No entiendo, profesor.

–Claro que no entiendes Quiroguito: tragedias, drogas, suicidio, reptiles… ¿Y a ti que te pasa? Córtale ya a la muerte, que te verán como suicida, y nadie lee a los suicidas; no son respetados.

– Profesor, escribo de lo que sé; la tragedia ronda en mi familia.

–Pues busca otro hogar y cámbiate el apellido. Ponle brillo a esas letras, un respiro, algo de alegría; caritas felices; “besitos y chaítos” en las despedidas; nombres ridículos a los personajes. Endulza tus cuentos con líneas inspiradoras y de auto-ayuda. ¿Sabes lo que es auto-ayuda?

–No…

–¿Cómo que no? ¿Es que acaso no tienes hábito de lectura?

–Sí, profesor. En estos días ando sumergido en Poe…

–¿Poe? Eso explica muchas cosas.

De ahora y hacia el frente, dejarás esas complicaciones del siglo diez y nueve; leerás cosas más ligeras y entusiastas; como debe ser la literatura que queremos crear. Les digo a todos, debemos apoderarnos de los currículos e imprentas de los departamentos de educación; tenemos que escribir para perpetuarnos en la memoria y la historia de este país y su teta gubernamental. No importa si no somos buenos, al final, cuando seamos la mayoría, seremos quienes determinen lo que es bueno y lo que no. No seremos la mayoría por estar correctos, estaremos correctos por ser la mayoría.

–¿Por eso es que tenemos que leer los libros de todos sus compañeros de trabajo y los de esos otros amigos con quienes le vemos frecuentemente en la cafetería…profesor?

–Si, Borgito. Pero también porque, como miembros de la misma claque, es una norma la solidaridad. Sé que lo mejor sería hacerles leer a los maestros probados más allá del tiempo, pero el problema es que nadie nos compra; necesitamos un público cautivo que se vea en la obligación de leernos, ya sea para no perder el dinero invertido en la matrícula, para no obtener mala calificación o ambas, según el grado de responsabilidad del estudiante. Gracias a eso conseguimos algún dinerillo bien habido, hacemos records de venta y nos llenamos de elogios inmerecidos. El único problema que nos presenta esa norma, es que con lo poquito que les asignamos de los autores que sí sabían escribir, los de ustedes con capacidad para discernir, comienzan a hacer comparaciones, se descontentan y después de graduados se alejan, nos critican y no nos vuelven a leer. Cuando se nos matricula alguno de esos buenos escritores, que también era buen lector antes de llegar aquí, tratamos de transformarlo o eliminarlo, ya que desde la primera clase nos presenta un problema con ideas descabelladas y absurdas, como las de ustedes hoy. Y de más está decir, que esos tampoco regresan, muchas veces ni siquiera terminan el «grado».

–Entonces se quedarán sin estudiantes, profesor.

–No Cortazito, no importa que los pocos buenos, como ustedes, se vayan y no regresen, porque siempre habrá allá afuera un enorme cofre de mediocridad, un parnaso de soñadores del “best-seller”, de imitadores petimetres, de plagieristas a conciencia, que convierten en zombis las ideas de otros, y buscarán el estrellato tratando de hallar la próxima media centena de sombras (tal vez menos sombras, ya que no les gusta pasar trabajo); también otros que piensan que sus vidas son novelas sin escribir que terminarán en las pantallas grandes; y muchos que por necesidad de aceptación social o por no ser admitidos en la facultad de Medicina o Derecho, decidirán convertirse en escritores, como premio de consolación y boleto a la fama. Cualquiera puede, ese es nuestro lema; porque el escritor no nace, lo hacemos.

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