¿Qué por qué escribo? (Segunda entrega)

Por J.A. Zambrana

(Derechos Reservados)

II

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Les presento a los truhanes (nice to meet you Mr. Bastard)

          Después de la conversación con aquella buena amiga, acerca de los líos de mis letras, o de las letras de mis líos, mi mente se fue de escapada por el tiempo y me llevó directo a un suceso en mi adolescencia, durante la escuela secundaria; una protesta que manifesté por escrito en un examen de Español. De inmediato ese recuerdo, evocó otro mucho más reciente, de disidencia en un lugar de trabajo, en el que también había letras envueltas. Creo que mi mente los asocia debido a la similitud de los hechos y los protagonistas que eran de calaña similar (y no me refiero a mí, aunque mí calaña tampoco es la mejor); además, ambos tenían nombres y apellidos que comenzaban con la misma letra, iniciales repetidas (distintas para cada individuo); y la mejor parte, ese par de payasos sin maquillaje, se atrevieron a utilizar la intimidación y la amenaza, para exigirme que escribiera según sus conveniencias; de más está decir que fui expulsado de la escuela y cesanteado del empleo.

          Por motivos de economía literaria (y porque me da la gana), identificaré a esa dupleta de truhanes, como los Doble-Letra. Y claro, (también porque me da la gana) no revelaré sus identidades, ya que, aunque lo que voy a contar es cierto (y consta en documentos, grabaciones y otras cosas), es también cierto y de público conocimiento, que son un par de mequetrefes; temidos, pero no respetados en sus respectivos entornos, y mi historia, por más veraz que pueda ser, sólo podría causar humillación y vergüenza a aquellos seres (hijos, hermanos, padres, esposas y amantes) que por la mala “leche” de la vida, les tienen algún afecto. Sólo por cuestiones lúdicas y de ritmo, diré en forma de “adivinanzanalogía”, las letras de cada uno. El primero porta desde su nacimiento las iniciales de una conocida compañía dedicada a destapar inodoros, muy curioso porque siempre cargaba un cuestionable olor corporal, que hacía su presencia intolerable. Las siglas del segundo, forman el nombre de esa conocida marca de chocolatitos de colores,que le va muy bien, ya que para solapar sus muchas carencias intelectuales, se esfuerza en caerle dulce a cualquiera que le garantice un viaje anual al Reino Mágico, beneficios y un retiro temprano.

          Me topé con el primer Doble-Letra en la escuela secundaria; un colegio católico con monjas, capilla y toda la cosa. Era la parte final de la década de los ochenta, cuando Motley Crue y la “metalmanía” eran para mí el centro de todo. Nada de excesos en esos tiempos, excepto algún mililitro de alcohol ocasional y sólo para pasarme de macho (mareado). No era un mal estudiante, era respetuoso, asistía siempre a clases y tenía muy buenas calificaciones, a pesar de carecer de disciplina. Era muy popular entre mis “iguales”, por mi vasto conocimiento de información musical (que hoy día no me sirve para nada); por mi suerte con las chicas, y lo mejor de todo (y sólo porque estaba prohibido), por mi pelo largo hasta los hombros, como todo un roquero de la época. Doble-Letra era principal del colegio, el segundo después de la hermana Az., quien con rosario y tijera reclamaba mi cabellera. Doble era un tipejo extraño, a sus cuarentitantos, usaba frenos en una dentadura con mellas desagradables; recuerden que eran los ochenta, y debido a la poca tecnología y una pésima higiene, aquellos artefactos eran una barricada de metal con residuos de mala alimentación. Fue bautizado por este servidor y otros rebeldes descausados, como: “El Decapestes”, quien con sus efluvios impíos, a mis tempranos y roqueros quince, trató de censurarme…

          Con el segundo Doble-Letra, me tropecé un poco más tarde; ya adulto y tratando de cumplir cabalmente las exigencias profesionales y éticas de mi profesión, en una empresa que no tenía muy claras las implicaciones y aplicación de los conceptos básicos de profesionalismo (no pido perdón por redundar ni complicar, ya que lo hago con alevosa intención). Doble-Letra era un supervisor que sólo en una compañía como aquella, podía ostentar supervisarme a mí o a cualquier otro verdadero profesional (dejo la modestia de lado en esas pasadas veintidós palabras). Era el perro de falda para los mandados caprichosos de los directivos de la empresa; sin que importara lo absurdo ni la ilegitimidad de los caprichos, sólo sabía decir “sí”, sonriendo, doblado y mirando al suelo. No era inteligente, y todos lo sabían, pero era astuto, gozaba de la maña del chacal; se arrastraba con el sigilo peligroso de una víbora y siempre con su disfraz de “cristianito-yo-no-fui”; una rata vestida de palomilla. Una vez, tratando de sonar autoritario, me dijo «¡yo te voy a enseñar a escribir!», no pude evitar reírme en su cara y decirle varias cosillas, pero esa se las cuento luego. Para sus gestiones turbias, cubría su rastro implicando a sus supervisados, unos cuantos profesionales comprometidos, encargados de hacerle el trabajo, y a quienes nunca revelaba su verdadera intención; se jactaba de tener control absoluto sobre ellos, en particular sobre los abogados, a quienes trataba como si tuviesen precio. Así, cuando todo redundaba en cagada, como solía pasar, podía esconder las nalgas de las autoridades y decir: “Fue a una decisión de equipo multidisciplinario”. En vez de aceptar con integridad, entereza y valentía, que las causas del embarre, fueron sus negligencias intencionales con ralladuras de delito; pero nadie responde con lo que no tiene. Y cuando salía bien el asunto, el muy procaz fanfarroneaba con que todo fue producto de su liderazgo. Claro que nadie le creía, pero su falta de espinazo y escrúpulos, le garantizaba la protección de los directivos, y el temor y silencio de todos sus supervisados; bueno, no todos…

Pronto, en las próximas entregas de “¿Qué por qué escribo?”:

          Los Doble-Letra. Narraciones a mi manera, de esas historias particulares, de los líos que me ha causado el vicio de escribir; los sucesos y los individuos cobardes e inescrupulosos, que le fueron dando forma y seguridad a mis palabras, y lo mejor, me dieron insólitas historias para contar. Tal vez conociéndoles un poco, llegan a contestar la pregunta: ¿Qué por qué escribo?

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