Por: J.A. Zambrana
(Derechos Reservados)
Hola Jesús. Aquí otra vez. Sentado en el banco de siempre; el más cercano al altar. Gracias por estar aquí cuando necesito hablarte. Aunque nunca me respondes, sólo saber que me escuchas me hace sentir mejor. Sabes, ayer en la tarde, en lugar de hacer la tarea, releí el libro de Pinocho. Lo escondí dentro del cuaderno grandote, de la clase de matemáticas. No quería que me sorprendieran, sabes como se pone el padre cuando no seguimos sus reglas. Me gusta tanto esa historia del muñeco de madera, que un solitario viejo carpintero, construyó para no sentirse solo; y que un hada madrina, lo convirtió en un niño verdadero, gracias al amor que el viejo sentía y a las buenas acciones que Pinocho realizó. Ya no recuerdo cuántas veces le he leído. Tiene un final tan feliz. ¿Por qué los finales de la vida real, nunca lo son?
Creo que Dios debería darles muñecos de madera a los hombres de fe. Y al igual que en el cuento, convertirlos en niños de carne y hueso, únicamente si son tratados como hijos verdaderos. Tal y como el carpintero trató a Pinocho. Si esos a quienes todos llaman padres, no demuestran serlo de verdad, deben permanecer acompañados de monigotes de palo y tablas. Sólo criaturas sin alma, pueden soportar esta pesadilla, y cargarla sin el miedo, ni la vergüenza que me acompañan a todas partes. Pienso que esas torturas dolorosas y sangrientas, como las del libro de la clase de historia medieval, son el castigo perfecto para algunas bestias que se esconden en las iglesias. No sabes cuánto me gustaría que muchas astillitas se desprendieran del interior del muñeco, mientras tratan de entrarle a la fuerza. Quisiera que griten, verles retorcer del dolor. Al menos podrán gritar. Yo no puedo llorar, ni siquiera quejarme; por más que me duela. Él no me lo permite. Con su apestoso aliento, me dice que debo ser agradecido al Señor; que me purifica con dolor.
Jesús discúlpame, pero ahora tengo que callar. Padre Norberto acaba de entrar a la iglesia. Escucho la pesadez de sus pasos, el ruido carcelario de su llavero y el ritmo acelerado de su mórbida respiración. Sabe que estoy aquí, y viene por mí. Hoy me toca rezar desnudo y arrodillado debajo de su sotana. Quisiera poder desaparecer. Mejor hacerme humo y volar hacia donde tú estás. Ya no quiero estar aquí. Pero en el mundo de verdad, no hay finales felices. Así que aprovecharé el dolor de la ocasión, y con toda mi alma desgarrada de muñeco verdadero, le pediré a Diosito, lo que siempre, siempre le pido: que me arranque el corazón para que no duela más, y me convierta en un niño de madera.
Llore al leer lo. Me pude transportar a lo que sentiría un niño que pase por una situación así. Que coraje me da al saber que existe gente como está si se pudieran llamar gente . Esconderse detrás de una religión y puesto para aprovecharse de los niños.
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Gracias por leer.
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