Fetichismo de cristal

Por: J.A. Zambrana

(Derechos Reservados)

         La vio desde lejos, al otro lado del enorme salón. Parecía flotar sobre un lustroso tablero de ajedrez, de mármol negro y blanco. Era hermosa, pero había algo, además de su belleza, que lo deslumbró de inmediato. Sus zapatos de cristal, emitían un brillo hipnótico, imposible de ignorar; destellos que le resultaron más atractivos, que los perfectos rasgos y formas de la portadora.

          Como el señor y dueño de la fiesta, cruzó la pista de baile, atestada de las otras doncellas del pueblo, que se esmeraban en llamar su atención. Se acercó a la desconocida, y mirándola fijo a los pies, la invitó a bailar. Durante toda la pieza, se apretó a su cuerpo, con sugestivos movimientos, quería hacerla sentir la visible dureza, que el brillo le había provocado. Estaba extasiado, suspiraba profundo, cerraba los ojos; inclinaba el rostro hacia el suelo, como si tratara de absorber las vibraciones lumínicas que emanaban del cristal. Cuando ya no pudo resistir más, la agarró con fuerza por las caderas, y sin dejar de mirar hacia abajo, jadeando y nervioso, le dijo al oído:

         –Si tu ropa íntima, brilla como las zapatillas, quisiera rompértela puesta, aunque me desangre en el intento.

       Asustada, lo pateó con fuerza en el bulto entre las piernas. Ante las miradas incrédulas de los invitados, huyó despavorida y llena de vergüenza; nunca llegó a ser princesa. Él trató de alcanzarla, pero apenas podía moverse por el dolor que latía dentro de sus ajustados pantalones. En el abrupto escape, la joven perdió uno de los zapatos; el heredero real lo recogió de inmediato y frente a toda la Corte del Rey, se lo llevó a la nariz y aspiró profundamente. La esencia mágica del cristal, le provocó una cadena de sublimes sensaciones, que culminaron en una excitación con asfixia y estallido prematuro, que le dejó inconsciente.

        El príncipe jamás se fijó en otras personas, se enamoró perdidamente de aquel zapato y le juró amor incondicional. Se casaron en secreto, sabía que una noticia como ésa, podía costarle la corona. Pero durante toda su vida, en la oscura intimidad de los aposentos reales, fue su única inspiración y fiel acompañante de ardientes y apasionantes momentos; de placeres auto infligidos, que le hacían sentir un hombre pleno, completo. Y durmiendo con él bajo la almohada (para sentir la dureza del tacón), gobernó con justicia por muchos años y vivió feliz para siempre.

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