Los Pagán

J. A. Zambrana

(Derechos Reservados)

Este escrito no necesita dedicatoria…

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        En uno de los noticieros transmitían un reportaje acerca de los hermanos Correa: Carlos, la nueva gloria del baseball boricua, y su hermano Jean, que también es jugador. La historia de los Correa y cómo sus padres se involucran en las carreras de ambos, me hicieron recordar una historia similar, de la que creo pensar que fui participe o al menos testigo. Es la historia de los Paganos, como suelo llamarles: Luis, uno de esos amigos-hermanos que me regaló la vida, y su hermano Ángel (Manolo) quien no necesita presentación, pero digo con el pecho preñado de admiración, que Manolo es una de las estrellas boricuas de las grandes ligas. Tengo el honor de afirmar que conozco a estos dos tipazos desde mi adolescencia, y aunque los ajetreos y rollos particulares hacen que nos veamos poco, cada vez que nos encontramos, la amistad y el cariño siempre están intactos, como si el tiempo no los hubiese tocado. Creo que es esa la señal más clara de la verdadera amistad, esa imposibilidad de que sea dañada con el tiempo.

          Conocí a Luis en mi último año de escuela superior. Yo llegaba nuevo, pero como era una de las escuelas públicas cercanas a mi barrio, muchos vecinos y amigos estudiaban allí y se alegraban de verme. Me sentía como un jugador exitoso que llegaba a completar su último año en el equipo de la tierra que lo vio crecer. El primer desconocido que hizo contacto fue nada más y nada menos que Luis Pagán, que en aquellos días era pelotero y voleibolista; todo un caballo, una bestia en ambas disciplinas. No sabía quién era, pero él sí sabía quién era yo, conocía algunos cuentos (casi leyendas) que se decían en “mi escuela” anterior (un colegio católico del que fui expulsado por ser demasiado rockero). Más rápido de lo que sonó el timbre nos hicimos amigos. En menos de una semana, una tarde lo acompañé a su casa que quedaba en ruta a la mía, y conocí a todos los Paganos originales: mamá Pagán, a quien nunca le falta una sonrisa, cuando nos encontramos siempre me abraza y me planta un beso, que dicen que se alegra de verme. También a papá Pagán, el tipo con el mejor humor del mundo; le hablaba con cautela, porque era el rey de lo vellones; aun en sus días enfermo nunca perdió aquella gracia mágica para contar chistes. Conocí a la hermanita Pagán, muy tímida y simpática, y que, sin ánimos de avergonzarla, me miraba con estrellitas en los ojos (pero sólo por aquel año). Y claro, conocí a Manolo, un chiquito muy guapo, pero tímido en comparación con Luis. Me sentí como en casa, una familia que me adoptaba sólo porque sí.

          Luis y yo nos convertimos en un dúo dinamita. Íbamos juntos a todas partes; jugamos en el equipo de volley de la escuela (él era la estrella del cuadro regular, yo la del banco). Pero a pesar de cualquier vacilón o juerga, el viejo Pagano siempre andaba pendiente y preocupado por su inminente carrera como pelotero profesional. Nadie dudaba que llegaría a las grandes, sus números lo gritaban.

          Debo decir y lo digo a mucha honra, que fui yo quien acabó con la carrera profesional de mi amigo, sólo que en aquel momento no lo sabíamos. Por las mañanas en el pasillo frente al salón de la clase de Español, Pagano perdía el control motor de su cuerpo cuando los ojos se le quedaban pegados a Yamelett, una chica guapísima y muy alta, quien también perdía el balance cuando veía a mi amigo. Por semanas observé aquellas miradas y sentí vergüenza del viejo Pagano. Como era posible que pegara home runs y rematara bolas en la línea de restricción, pero que delante de ella se comportara como un patético idiota. Era inaudito para mí que estuviese loco por aquella niña, y no se atreviese a hablarle como a otras. Por eso una mañana, en contra de su voluntad me acerqué a la chica (es tan alta que tuve subir la cabeza) y le dije: “Mi amigo quiere conocerte”. Ella cambió de colores, recuerdo aquella sonrisa, como olvidarla; una mezcla de emoción y nervios que me hizo pensar: “Se le dio”. El resto fue demasiado rápido para darnos cuenta. Luis Pagán ganó una novia y yo perdí un amigo. Yamelett pasó a ser el centro de su vida, y todavía lo es; el baseball quedó rezagado en su lista de prioridades. Pronto llegó Sheileen, y el viejo Pagano se convirtió en un padre de liga mayor, a quien admiro como a pocos.

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          Pero, mientras Luis se acomodaba a su nueva vida de padre y esposo, Manolo daba señales de tener las habilidades deportivas de su hermano. Entre Papá Pagán y Luis comenzaron a llevar al pequeño por el paso correcto para el éxito. La salud del viejo no era la mejor, y Luis se dedicó de tiempo completo a los entrenamientos de Manolo. Recuerdo aquella entrega apasionada para que el chico alcanzara lo que él rechazó al escoger la familia. Cuando Manolo empezó a cosechar éxitos, había que ver la cara de emoción de Luis; vivía a través de su hermano, cada batazo, cada base robada, era como si el mismo hubiese ensuciado el uniforme. Por casi dos décadas, más de dos parchos enteros de vida, tuve la dicha de ser testigo de eso en las fiestas familiares, en algunos cumpleaños, en mis días de cantinero cuando en la barra brindábamos por el Manolete. Papá Pagán murió, pero estoy seguro que se fue muy feliz. No creo en muchas cosas, pero si existe el cielo, San Pedro y los ángeles deben estar meados de la risa escuchando sus cuentos.

          Hoy Manolo es el gran Ángel Pagán, dos veces campeón de las grandes ligas con los Gigantes de San Francisco, con un record de bateo impresionante, el rey de los triples y otro fracatán de éxitos que harían de este escrito uno demasiado largo. Una vez pegó un infield home run, que cuando lo vi por poco soy yo el meado por la emoción. No se le hizo fácil, cuando las lesiones atacan el cuerpo, recuperar y empezar otra vez requiere de mucho tesón y esfuerzo; pero eso a los Paganos les sobra. El viejo Luis, hoy día pesa 100 libras más, pero todavía le pega duro a la bola. Aquel compromiso apasionado con la carrera de Manolo, lo ha tenido con sus tres hijos. Aunque no sé con seguridad cual será la disciplina de la chiquita, Sheileen juega un volleyball que mete miedo. Luis Yamil pinta como un verdadero Pagano, y estoy seguro que si sigue los consejos de su padre, como lo hizo Manolo, algún día también quemará las bases de la grande, y yo escribiré sobre él. Claro, si no tiene la suerte de que aparezca otra Yamelett que le haga un grandslam en el corazón y le enseñe que hay veces en la vida, muy pocas, en las que el amor es más importante que cualquier cosa.

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5 Comments

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  1. Ya van de eso 26 a~os. Esa epoca fue bien especial, se construyeron muchos lazos desde amistad, familia, profesional etc. Los cuales muchos de ellos continuan fuerte.

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  2. Ada Zambrana hija de pescau 26 junio, 2016 — 5:01 pm

    Wow precioso artículo

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  3. Wao tremendo reportaje junito manolo glorian si q son tremenda familia y el primo Engi y gory orgullosos de los logro de la familia y mucho mas de los de Manolo Dios los Bendiga…Pagánes ayyyy..weeyyyy

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