Por: J.A. Zambrana
(Derechos Reservados)
Candidito quiere ser político. Andaba buscando una carrera corta, bien paga y que no requiriera ser muy inteligente ni tampoco tan decente ni mucho menos eficiente o diligente, fue así que encontró la honorable vacación para servir. Se preocupó al ver los nombres que dominaban la política, los cuasi-títulos-de-nobleza, los de siempre, los que se transfieren por testamentos y hasta en declaratorias de herederos. Le resultó parecido a la Mafia, familias por todas partes; en la USA los Clinton y los Bushes; en otras partes los Duvaliers, los Kirshners, los Castros. En el patio de acá, la enorme olla de apellidos le resultó peor, con turbas como la de el “Baby Doc” Roselló y su escuadrón de la muerte, los Hernández, los García y su pandilla; que si los Aponte y los Perelló, los Buxo Rodríguez y tantos otros, que hicieron entender a Candidito (a pesar de su corta inteligencia) que con un familiar político que llegara antes que él al juego, tendría caminos abiertos y éxito de “fastrac”. Aprenderse los libretos era un suplicio difícil, pero, sería sólo para las campañas; después de ganar tendría lame-suelas que hablarían por él.
Eran los tiempos en que el éxito político de Risky “Baby Doc” Roselló, se convirtió en la vara para medir a los mediocres que no sirvieron para nada aunque tuvieron de todo; el Forrest Gump de su generación: ¡Corre, Risky, corre! Sin perder tiempo, Candidito habló con su papá Candidón, que era igual de listo e incapaz que el muchacho; ya saben, de tal palo, tal palillo. Después de escuchar la proposición, aquel plan con estrategia para guisar por varios cuatrienios, el hombre, que apenas raspaba la media edad, aceptó y decidió ser el mentor de su hijo, el que le abriría el camino para un futuro de brillo y relojes caros.
Candidón había hecho las mismas búsquedas y “lecturas” de su hijo, y sabía que, al igual que el joven, estaría en mejor posición y ventaja, si alguno de sus padres hubiese navegado, antes que él, ese mar eterno de la política y los partidos. Por eso, con el ejemplo de Risky y alentado por un insistente Candidito, decidió hablar con su madre, Doña Cándida. Prefería la figura del padre, pero, ese había muerto hacía treinta años y la vieja, ahora una maestra retirada y respetada por todos en el barrio, llegó hasta fregar pisos para llenar la pansa de Candidón y sus cuatro hermanas mayores (ahora todas profesionales empleadas útiles y generando ingresos; tan distintas al hermanito).
Al otro día, muy temprano, con nervios de gelatina, Candidón le habló a su madre, justo en el momento en que esta se disponía a tomar su primer sorbo de café de la mañana. La vieja escuchó la proposición y sonrió con algo parecido al júbilo y la incredulidad. Luego tomó un largo sorbo del líquido que se enfriaba. Suspiró, ya estaba acostumbrada a escuchar y no alentar las imbecilidades del único de sus retoños que siempre buscó el camino fácil, sin importar las complicaciones ulteriores ni los daños subsecuentes. Por respeto, trató de mantener el rostro de jugadora de póker y no decir nada que pareciera burla. Pero, no pudo evitar la espontánea explosión de carcajadas con cafeína y lágrimas que la atacó de repente. Cuando al fin pudo controlar la risa, trató de no perder la calma y, con el mismo tono de voz que usaba para regañarlo desde que era un niño, lo mandó al carajo, terminó el café y sintió pena por el país: «Un futuro nefasto se nos viene encima…».
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