Por: J.A. Zambrana
(Derechos Reservados)
El fin de semana después de las elecciones generales, descubrí que existe un fenómeno que los expertos en conductas llamarán “Trumpers de clósets”. Recibí una llamada de Cándido Diaspórero Quenovuelvé. Un antiguo amigo, compañero de universidad y juergas, de quien hacía más de diez años no escuchaba. Sabía que se mudó a la USA, pero nada más; un perfecto desaparecido de la emigración. Anda por la isla liquidando unas propiedades de su familia, y quedamos en encontrarnos esa misma tarde en una barra del Viejo San Juan; la misma en que tantas veces nos embriagamos hasta la chonca y la inconsciencia.
Entre cervezas negras pisadas con tequilas, repasamos algunos recuerdos de la Facultad, de los tiempos sin responsabilidades ni retoños. Nos pusimos al trasto con los entretenidos chismes de los conocidos sin relevancia. Recordamos aquellos días de idealistas, defensores de los derechos de todo y todos, sin importar cuán absurdos nos pudiesen parecer. Él era agnóstico y yo ateo, y nos meábamos sobre la santa iglesia y su inquisición perenne. No éramos pipiolos ni pupuletes ni, mucho menos, penespés; dicho sea de paso nos cagábamos en los partidos. Llevábamos los pelos largos y las barbas sin forma, ese look de revolucionario e intelectual que solía ser afrodisíaco para muchas chicas. Recordamos las marchas en la UPR, las protestas contra la castración cultural que presentaban las restricciones retrógradas de los códigos de orden públicos; las ocupaciones de las playas, para resistir el cierre y la exclusividad de los ricos. Recordamos cuando hablábamos de justicia para todos y de los casos pro-bono que llevaríamos contra los intereses grandes. Y claro, no podía faltar Vieques. Las noches de campamento, cuando en los boom-boxes de cassettes o cd’s, sonaba Silvio o Marley, o Cultura tocando a Marley, y Fiel a la Vega tocando a Silvio, y algún Pearl Jam, Charly García o Joaquín Sabina en las casetas de los menos pipiolos. Los motos y la guitarra, la poesía bajo la luna y el arrebato de adrenalina ante la sensación de que podíamos ser arrestados y cambiar el mundo amarrados con aquellas “esposas-plásticas”. Recordamos nuestra crítica férrea al Exilio Cubano en Miami, solíamos llamarles reptilianos cobardes y colmillús; vejestorios aristócratas que ante la inminencia de la reforma social, agarraron sus fortunas y corrieron despavoridos como prostitutas de esquina ante una placa policiaca, y se fueron de “diasporeros” a invadir las costas de la Florida y hacerse más ricos en complicidad con los gangsters del Imperio; los llamábamos traidores de medio peso, indignos de regresar a ver la hermosura de la Cuba que abortaron alguna vez.
Después del emotivo paso por el escaparate lejano del recuerdo, llegamos al presente, a la apatía ante la actualidad, a lo duro de la vida del adulto con responsabilidades…
Deja una respuesta