¡Última hora! Discrimen en la Comisión de Asuntos de la Mujer

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SERIO CASO DE DISCRIMEN POR GÉNERO,

EN LA COMISIÓN DE ASUNTOS DE LA MUJER

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Reportaje Investigativo, por: Sofía DellaMoria

 Nota del Editor: El Periódico Nocturno El Megáfono, no se responsabiliza por comentarios editoriales expresados por nuestra reportera Sofía DellaMoria, pero, sí damos fe de la veracidad del contenido de sus reportajes.

San Juan. Aunque parezca difícil  de creer que, en estos tiempos de cambio y fanfarrias, en los que una mujer puertorriqueña conquista el mundo y el oro Olímpico; en que parejas del mismo sexo pueden formar familias sin que el Gobierno ni la Iglesia intervengan; los tiempos del presidente negro, de la jueza latina en el Supremo y de la primera candidata a la presidencia de los Estados Unidos; tiempos de igualdad e integración, en nuestro desangrado Puerto Rico, se reviente la tapa de otro escándalo que deja al descubierto los más atroces actos de discriminación. A pocas semanas de las elecciones generales, surgen datos que han provocado serios señalamientos contra una considerable cantidad de funcionarios del Gobierno; entre ellos, la licenciada Wanda Vázquez, actual Procuradora de la Mujeres y nominada para dirigir el Departamento de Justicia. Se dice que los implicados, con descaro y si remordimientos, cometieron graves actos negligentes y hasta criminales, que fueron ocultados mediante el archivo indebido de cientos de querellas. Aunque pueda parecerle inverosímil, por la naturaleza de los servicios que ofrecen, las agencias señaladas son La Oficina de Asuntos de La Mujer y sus agencias hermanas: el Departamento de Justicia y el Departamento de La Familia.

          Es de conocimiento público que durante la administración del ex Gobernador Luis Fortuño, años en los que la licenciada Vázquez fungió como Fiscal de Distrito y Procuradora de las Mujeres, miles de casos de maltrato a menores, discrimen y otros asuntos relacionados a la familia, se manejaron de forma negligente y hasta criminal. Luego, ante la derrota electoral del Partido Nuevo Progresista en el año 2012, para ocultar los malos manejos, los casos fueron archivados, de forma ilegal, por altos funcionarios de la agencia. La información que obtuvimos, de una fuente a la que sobra crédito, señala un gran número de actuaciones ilegales y discriminatorias que se le atribuyen a las agencias mencionadas y a otras más. Entre algunos de los señalamientos están: manipular la evidencia que recopilan y que presentan ante los Tribunales, con el fin de asegurar convicciones; coaccionar testigos mediante amenazas, para obligarles a cambiar las declaraciones con información falsa. También se les acusa de ejercer presión indebida sobre mujeres que, alegadamente, fueron víctimas de violencia, sólo por parte de parejas hombres. Se ha señalado por muchas de las personas entrevistadas que estas agencias son responsables de destrozar los hogares y lacerar la autoestima de un gran, pero desconocido, número de mujeres a quienes debieron brindar servicios para lo contrario. Según algunas damas entrevistadas, la Procuraduría de Asuntos de La Mujer, dirigida por Wanda Vázquez ha sido la causante principal de la destrucción de sus respectivos núcleos familiares.

          Entre las personas entrevistadas y sus respectivas situaciones, hubo una en particular que nos llamó la atención y nos conmovió sobremanera a todos los que colaboramos para El Magáfono. Se trata de la historia de una joven mujer de 33 años y su ex esposo de 35; orgullosos padres de tres niños de 11, 8 y 6 años de edad. Ambos nos prestaron extensas y reveladoras declaraciones. Con el fin de proteger sus identidades, para efectos de este relato les llamaremos Magda y Héctor.

          En sus declaraciones, Magda le narró a El Megáfono, lo que sucedió aquella noche fatal que cambió su vida para siempre. Ella y su ex esposo, Héctor, sostuvieron un incidente doméstico en el que discutieron acaloradamente por las calificaciones escolares del mayor de sus tres hijos. Un incidente común, de esos que vive cualquier pareja en algún momento de desacuerdo. Discutían acerca de cómo reprender al muchacho, mientras, a la vez, ambos lo regañaban en voz alta. Según Magda, una querella anónima fue presentada por una vecina que reside en la casa contigua a la residencia de Magda en aquellos días, en la calle Fordham, de la urbanización University Gardens en Río Piedras.

          El Megáfono, tuvo acceso al reporte oficial de la Policía y, en efecto, la vecina del matrimonio, la Sra. Rosa Gálatas Torres realizó la llamada. Según la transcripción de la llamada, la vecina alegó escuchar una fuerte discusión, palabras soeces y hasta posibles golpes o ruidos de cosas cayendo al suelo. Tratamos de obtener una declaración de la señora Gálatas, pero rechazó ser entrevistada; hasta amenazó con demandar a esta reportera si osaba volver a contactarla.

          El Megáfono, entrevistó varios vecinos que concuerdan en que la señora Gálatas realizó la llamada a manera de desquite, por un caso en que Magda y Héctor le reclamaron haber construido una verja en terreno de la casa del matrimonio. Incluso, Magda nos presentó evidencia de querellas a la policía, que radicó contra Doña Rosa por distintas situaciones previas al alegado incidente de violencia doméstica. También obtuvimos el resultado del pleito judicial. Una sentencia en la que el Tribunal De Distrito de San Juan declaró con lugar la reclamación de Magda y Héctor, y ordenó a la señora Gálatas a demoler la verja y pagar unos tres mil quinientos dólares al matrimonio, por concepto de daños.

          El día de la discusión, la policía llegó de forma abrupta, tocaron la puerta y entraron sin pedir permiso. Indicaron que habían recibido una llamada acerca de una violenta pelea que se desarrollaba en esa casa. Preguntaron a qué se debía la pelea. Héctor, les indicó que no había ningún problema, que estaban reprendiendo uno de sus hijos debido a unas malas calificaciones y que ambos subieron el tono al no estar de acuerdo en el castigo que le impondrían. De inmediato y sin mediar palabra, los policías esposaron a Héctor. Sin leerle derechos ni nada de eso que, como expresó Magda, “los policías de las películas le dicen a los arrestados”. Lo llevaron a la patrulla estacionada frente a la residencia y, como si fuese el más peligroso de los delincuentes, lo tiraron bruscamente en el asiento trasero. Otro policía, a quien Magda describió como muy alto y de corpulencia grotesca, se quedó en el interior de la residencia.

          Magda trató de explicarle que nada malo había sucedido y que no entendía por qué arrestaban a Héctor. El policía la interrumpió con tono autoritario y comenzó a darle instrucciones. Según la declaración, el enorme policía la desvestía con la mirada, mientras le indicaba que tenía que acompañarlo al cuartel, para radicar una querella por “ley 54”. Como todo sucedió tan rápido, la dama no tuvo oportunidad de cambiarse de ropa. Vestía un pantalón corto de hacer ejercicios, que apenas le cubría los muslos y una ajustada camiseta sin mangas que, al no llevar sostén, revelaba las formas de su joven pecho.

          Magda nos narró cada detalle con la angustia de quien no se ha recuperado de un evento traumático. Como se sintió ofendida y acechada con la conducta de aquel policía de apellido Ortiz, quien la siguió hasta el dormitorio sin dejar de mirarla con malicia, según ella, malicia de enfermo sexual. La dama le pidió que esperara en la sala, pero el policía, mirándole los senos, le respondió que, por su seguridad (la de ella), el tenía que “velarla muy de cerca”. En ese momento, llegó al cuarto el hijo mayor de la pareja, quien escuchó lo dicho por el agente y se interpuso entre su madre y el enorme individuo. El policía, molesto, se retiró de la habitación y le gritó que se diera prisa y no le hiciera perder tiempo.

          Si las acciones del policía Ortiz en el interior de la casa, fueron impropias, su conducta de camino a la estación y el resto de la noche, fue de carácter criminal. Llevaron a Magda a un cuartel cercano, junto a su hijo menor y otros dos policías, entre ellos el lascivo y grotesco agente Ortiz. Según Magda, ese policía impropio estuvo todo el camino diciéndole lo que debía declarar cuando la entrevistara el fiscal. Le decía que la gente de la “oficina de las mujeres”, refiriéndose a la Oficina de Asuntos de La Mujer, le dirían en detalle cómo dar su declaración para que el caso no se cayera. Una vez más, Magda le indicó a los policías, que no tenía ningún interés en radicar nada, que todo fue un mal entendido. Ortiz, en aparente disgusto, le dijo que si no decía la verdad sería ella la arrestada, porque entonces quería decir que fue ella la agresora. Que tuviera cuidado, porque podía terminar acusada.

          Después, con la misma mirada de lívido revuelto que le venía propinando por largo rato, le dijo que si hacía las cosas bien, ellos la cuidarían, que una mujer como ella no debía estar con un abusador como su marido. No sólo eso, le dijo además, que, por su seguridad, debían intercambiar números de teléfonos y que lo podía llamar cuando ella quisiera. Este vulgar Casanova, anotó su número de teléfono en un papel y ante la negativa de Magda de aceptarlo, se lo puso en bolsillo de la camisa de esta, rozándole descaradamente uno de sus senos. Ella quería gritarle y ponerlo en su sitio, pero estaba asustada y no le salían palabras. Los otros dos policías que estaban en los asientos frontales de la patrulla, entre ellos una fémina, no comentaron nada y tampoco pareció importarles la conducta de su compañero de uniforme.

          Al llegar al cuartel, fue dirigida a un cuarto en el que la hicieron esperar a “la gente de la oficina de las mujeres”. El libidinoso policía le dijo “espera aquí que ya vienen”, y seguía insistiendo con eso de que lo llamara para salir. Las funcionarias tardaron horas en presentarse. Magda expresó que esas horas le parecieron siglos, ya que tuvo que esperar en una fría oficina, junto a su hijo menor que no dejaba de preguntar: “¿Qué pasó con papá?” Y además, en presencia del fresco y grotesco Sargento Ortiz, que continuaba sus insinuaciones cada vez más directas y sexuales. Le decía: “Si tuvieras un hombre como yo, eso no te hubiera pasado, estarías bien contentita, y más en la cama. Pero para eso tenemos tiempo, tu marido estará lejos por una temporada y de seguro se busca un novio allá dentro.”.

          Decía Magda que luego de la denigrante espera junto a “ese troglodita con músculos esteroidales y barriga lúpulo barato y un aliento fecal que las mentas no disimulaban”, llegaron al fin las empleadas de la “oficina para las mujeres”. Sin mayor dilación, más rápido que el pestañear de un susto, esas damas, que se identificaron, dos de ellas como trabajadoras sociales y la otra como fiscal, comenzaron a preguntar en que consistió el maltrato. Magda, al igual que con el policía fresquito, les explicó que todo fue un mal entendido y que no tenía interés alguno en presentar querellas. Lo que no pareció agradarles a las “tres mosqueteras” de la Ley, ya que según Magda, la que se identificó como fiscal, le dijo: “Estoy aquí para ayudarte a salir de tu problema. Aunque todavía no lo entiendes ni lo aceptas, eres una víctima de maltrato por parte de un hombre machista y cobarde”. Le dijo que no se preocupara, porque la ayudarían a entender y aceptar su problema; que la sacarían de su negación. Además, le dijo firmemente y casi en tono de amenaza, que la custodia de los hijos y el bienestar de la familia dependían de cuán cooperadora fuera. Que en esos incidentes hay un agresor y una víctima; si ella no era la víctima, era la agresora y, de ser así, podría ser acusada por la ley 54 y terminar presa.

          Magda narró que después todo se tornó confuso, comenzó un bombardeo extenso de preguntas sobre la vida cotidiana del matrimonio: “¿Cuántas discusiones han tenido durante su relación? ¿Alguna vez te ha dado golpes? ¿Te ha dicho a ti o a tus hijos palabras malas, u otras como: estúpida, zángana, morona, tonta, bruta? ¿Quién controla los gastos del hogar?”. Magda contestó con suma sinceridad, narró los eventos menores y situaciones cotidianas de su relación. Aceptó que, de tanto en tanto y en puros tonos de broma, podrían decirse mutuamente una que otra “palabra mala”, pero sin la intención de ofender. Le narró cómo una vez mientras desayunaban, Magda, por error, sazonó el café de toda la familia con sal en vez de azúcar y, entre risas, sus tres hijos y su esposo le decían: “Mami que bruta”.

          La mujer narró cándidamente a las damas, años de eventos cotidianos que según su propia apreciación, para nada constituían eventos negativos ni de maltrato, todo lo contrario. Luego del extenso interrogatorio y el también extenso relato, el trío de funcionarias le ordenó esperar junto al policía Ortiz, en lo que preparaban la declaración jurada. De más está decir que tardaron dos siglos más en terminar el famoso documento y que, durante ese tiempo, el “exquisito y delicado” policía José “Juan-Tenorio” Ortiz continuó su furtivo ataque para conseguir mucho más que una declaración.

          Al fin llegó una de las trabajadoras sociales con la declaración en las manos. Para sorpresa de Magda, el documento no resultó ser tan extenso como pensó que sería, luego de tantas horas del interrogatorio. La trabajadora social, de apellido González, le entregó el documento mostrándole la última página y sólo se limitó a decir: “Firma aquí”. Magda preguntó si podía leer, a lo que la funcionaria con el ceño fruncido contestó: “No es necesario que lo leas, ahí está todo lo que nos dijiste; pero si quieres perder tu tiempo leyendo, puedes hacerlo, déjame buscar la fiscal para que leas con ella”. Con el rostro descompuesto por aparente molestia y preocupación, González se llevó el documento y salió a buscar a, quien Magda describió como el cerebro de la operación, la fiscal Vilma Velázquez.

          Quince minutos más tarde, y treinta y dos insinuaciones impropias después, llegó la enérgica fiscal. Con urgencia evidente y alegando que debían darse prisa, ya que tenía cinco casos más que atender. Le preguntó a Magda, de forma intimidante y amenazante, que cuál era el problema con la declaración jurada, que si ya había declarado no podía retractarse. Magda contestó que sólo quería leer el documento antes de firmarlo. Velázquez, muy molesta, dio vueltas a las páginas del documento hasta llevarlo a la primera, lo tiró sobre la mesa y le dijo: “Avanza, que tú no eres mi única víctima de hoy”.

         Magda leyó la declaración y se sorprendió, pensaba que se equivocaron de documento, ese no había sido su relato. El documento describía la conducta de un hombre que no era su esposo, se hablaba de un tipo maltratante que, con demasiada frecuencia, solía insultarla con palabras soeces e inflamatorias. Que ese maltrato se llevaba a cabo frente a sus tres hijos menores y hasta decía que el esposo exhortaba a los hijos a que la insultaran y la menospreciaran. Trató de reclamarle a la fiscal sobre el contenido de la declaración que no era suya. Sin permitir que terminara de hablar, Velázquez la interrumpió y le dijo: “Aquí está todo lo que dijiste, si te retractas nos veremos en la obligación de recomendarle al Departamento de la Familia que remueva a tus hijos del hogar, ya que, aunque tú estás en negación y no tienes la capacidad para reconocerlo, nosotros tenemos evidencia suficiente para probarlo. El Departamento aceptará mi recomendación; siempre lo hacen. Si quieres eso, pues, no firmes”.

          Con manos temblorosas, pensando en sus hijos, Magda firmó el documento. No le entregaron copia a pesar de haberla solicitado. El tiempo que le tomó escribir la firma fue eterno, no entendía lo que sucedía. Tres mujeres imponentes y profesionales, le decían que era una víctima, pero ella no se sentía víctima. Luego la inundaron con formularios y documentos que tenía que llenar, para recibir ayuda junto a sus hijos. “¿Ayuda para qué?”, se preguntaba. “Mi familia está bien, mis hijos son buenos, estudian. Mi esposo no es eso que dicen, no tenemos una vida perfecta, pero somos felices”.

           Una explosión de dudas ocupó su mente, se preguntó si realmente estaba equivocada y las tres funcionarias estaban en lo correcto. Ante esta situación de incertidumbre, Magda nos cuenta que, por primera vez en toda su vida, se sintió víctima, denigrada a nada. No sabía de quien, pero se sentía víctima. Se sentía maltratada, humillada. Sentía mancillado su orgullo de mujer y su valía de madre disminuida a cero. Todo el proceso fue un atropello, la intervención de la policía, el hostigamiento sexual por parte del troglodita con placa y esteroides, el interrogatorio sugestivo y malintencionado, la terrible amenaza de quitarle sus hijos. Por supuesto que se sentía víctima. Víctima de la imposibilidad que la situación le presentaba. Pero, ¿qué hacer? Estaba atrapada en el sistema y sin libertad alguna de movimiento. Ante su evidente confusión se sintió impotente, sin fuerzas; sintió que se desplomaba y perdió todas sus capacidades para expresarse. Fue en ese momento que comenzó su mayor y actual depresión; una etapa de su vida en la que se siente insignificante y que, después de tres años, aún no sabe cómo salir de esa calamidad.

          Fue ahí que irrumpió en llanto, uno profundo y descontrolado; de los que no se puede acallar porque no se sabe cómo, no se tienen las herramientas. Sus ojos se entristecieron y las mejillas se convirtieron en cascadas por las que todavía hoy, años después, discurren lágrimas de dolor por los eventos de aquella noche que destrozó la vida que felizmente había llevado.

          El resto del proceso fue confuso. Recuerda como, entre sus sollozos, fue abrazada y consolada por el perro de José Ortiz. Quien se aprovechó del momento y en el estacionamiento del Centro Judicial de San Juan, trató de besarla. Aunque ella no le correspondió, el, con fuerza, siguió besando y lamiéndole el rostro, cubriéndolo con saliva que olía a cebollas y nicotina. Según Magda, en ese instante de necesidad emocional, hasta la lascivia vulgar y burda de aquel “neardenthal”, parecía traer un consuelo amargo y sucio. La pareja fue llevada ante una juez de un lugar llamado Sala De Investigaciones. Al entrar, vio a su esposo esposado y desaliñado, con una expresión de confusión tan marcada como la de ella. Eso la despedazó aún más y comenzó otro ataque de llanto descontrolado. No había ningún abogado asistiéndolo.

          Una vez comenzada la llamada “Vista” frente a la juez Iraida Freites Orsini, Magda no pudo hablar, no le salía palabra alguna. Su llanto y la depresión en la que se sumió se lo impidieron. En ese momento la fiscal Velázquez comenzó, lo que Magda describió como “una repartición de cuchara gorda”. Presentó y hasta leyó la declaración aquella, que no era su declaración, pero la obligaron a firmarla como si lo fuera. Velázquez narró, en detalles, aquel patrón de violencia psicológica al que, según la fogosa mujer, Magda era sometida desde hacía años. La juez no perdió tiempo y sin preguntar nada, ordenó el arresto de Héctor, por algunos artículos de la ley de Violencia Doméstica. Dijo la juez Freites, que de la mera observación podía darse cuenta que Magda era una mujer evidentemente maltratada, que ese llanto profundo y esa actitud de sumisión que presentaba, eran las señales clásicas y evidentes de un prolongado patrón de maltrato.

           A solicitud de la fiscal, la juez expidió una Orden de Protección, en la que prohibió a Héctor acercarse a su esposa y sus hijos, por un término de seis meses y que de no cumplirla sería encarcelado. Ordenó además, que el caso fuese referido a una sala de Relaciones De Familia, para fijar el pago provisional de una pensión alimentaria para Magda y sus hijos, y señaló la fecha de continuación del proceso criminal en contra de Héctor. Magda no podía creer que, en menos de veinticuatro horas, su familia fue separada y un juez le ordenaba que se alejaran; que si no cumplían, estarían en violación de una orden que podría conllevar cárcel. ¿Cómo pudo sucederle esto?

          Al llevarla devuelta a la casa, Ortiz se bajó de la patrulla y la acompaño hasta la puerta. Cuando el hijo menor de Magda entró, el policía, nuevamente, se le abalanzó encima y trató de besarla. Le agarró la cintura, luego los glúteos. “Te voy a poner a gozar”, le repetía entre besos y lamidas fétidas. Ella trató de zafarse, le decía que no, pero el individuo era muy alto y fuerte para detenerlo. El hijo mayor, Héctor Alberto, salió en ese momento y vio a su madre peleando sin fuerzas. Le gritó a Ortiz que la soltara y le pegó un empujón para que tratar de alejarlo. Según el joven, el policía quiso golpearlo, pero fue detenido y llevado por la fuerza hasta el carro, por sus dos compañeros y se marcharon de prisa.

          Luego de esa noche, Magda fue citada para comparecer ante la Unidad de Violencia Doméstica de la Procuradoría de las Mujeres. Allí recibió un curso intensivo por parte de otra fiscal, acerca de por qué era víctima de Héctor y como explicarlo al mundo, en especial al próximo juez. Fueron muy insistentes y enfáticas en las consecuencias de retractarse y desistir del caso, que implicaban perder sus hijos. Se le refirió a tratamiento psicológico y le hicieron tomar unos talleres de autoestima que la ayudarían a superar su estado de víctima y a desprenderse de lazo y la dependencia que sentía por su agresor.

           También fue referida a la Oficina de Asuntos de La Mujer, allí fue atendida por la trabajadora social Victoria González, la misma que, junto a la fiscal, le había tomado aquella fatal declaración. Esa misma oficina le asignó un abogado que se encargaría de llevarle los procesos de su divorcio, ya que, según los especialistas de la Oficina, ella no podía permanecer en esa relación, por su bien y el de sus hijos. Le decían que, aunque ella no lo entendía, eso era lo que tenía que hacer. Antes de que acabara el caso penal, ya el abogado asignado había radicado la demanda de divorcio, alegando el famoso “trato cruel”, y en la que incluyó la fatídica y fatula declaración jurada.

           Como parte de este reportaje, El Megáfono tuvo la oportunidad de entrevistar a Héctor, quien también nos contó en detalles su parte de la historia. Por recomendación de su abogado, el Lcdo. Augusto Nadal López, Héctor se allanó a lo dicho en la demanda y aceptó divorciarse de su esposa, a quien aún amaba profundamente. El abogado defensor, quien también fue entrevistado por este diario, le recomendó y le instruyó a su cliente que por su libertad y su seguridad, debía alejarse de su familia hasta que el fuego del caso criminal terminara. Que ni siquiera le recomendaba las relaciones paterno-filiales, ya que, según el licenciado Nadal, el reclamar relaciones con los hijos es tomado por las fiscales de la Unidad de Violencia Doméstica, como una forma de presión e intimidación y suelen ser más severas con los imputados que las solicitan. Por lo pronto, tenía que alejarse por completo de sus seres amados.

          Casi seis meses después, luego de varias suspensiones, se celebró al fin la llamada Vista Preliminar. Luego de un intenso contrainterrogatorio, intimidante e inflamatorio, y ante los gritos de “objeción” de la fiscal, el licenciado Nadal Pabón logró que Magda se expresara sobre los hechos de aquella noche y sobre ese alegado patrón de maltrato del que se acusaba a Héctor. No fue hasta ese momento, luego de entrar en llanto, que Magda pudo decir su verdad. A preguntas del abogado, narró la tajante y atropellada intervención de los funcionarios del Gobierno. El Tribunal determinó que no existía causa probable para acusar a Héctor, pero a solicitud de la fiscal Velázquez, extendió la orden de protección por seis meses más, ya que alegó había un proceso de divorcio contencioso, que aún no había culminado. Héctor, por recomendación de su representante, se allanó a la determinación judicial y, por miedo y orgullo, nunca se atrevió a comunicarse con su familia.

          No fue hasta que culminó el tiempo de la orden que a través de familiares se reanudó la relación entre Héctor y sus hijos, pero, no así con Magda. Hoy día, tres años después del evento y con todas las maquinarias de gobierno fuera de sus vidas, Héctor y Magda han reanudado sus conversaciones, como consecuencia de la graduación de la escuela superior, del hijo mayor de ambos. Una vida ha ocurrido y transcurrido durante esos tres años, tal vez demasiado tiempo perdido para reparar una relación. Héctor tiene otra pareja, confiesa aún amar a su ex esposa Magda, pero el temor, la desconfianza y hasta rabia por la humillación de aquel evento, le impidieron reconciliarse.

          Recapitulando sobre los eventos que terminaron su matrimonio, Magda asegura que fue y continua siendo víctima por su género y otras razones, pero no por parte de su ex esposo, sino del sistema que se jactaba de protegerla. Fue hostigada sexualmente por un policía inescrupuloso y retrógrado, con insolentes expresiones e insinuaciones sexuales, además de actos lascivos y violentos que debieron ser castigados criminalmente. Pero, entiende que la mayor humillación y el verdadero discrimen, lo cometieron los funcionaron de Unidad de Violencia Doméstica y la Oficina de Asuntos de La Mujer, que manipularon el testimonio y “cuadraron” el caso para conseguir una convicción, alegando que Magda era un ser de débil carácter, que no sabía ni tenía las capacidades para defenderse. Evidentemente la situación convirtió a Magda en la víctima que nunca fue y la llevó a un profundo y prolongado estado depresivo que todavía no supera, al perder su matrimonio y la vida que llevaba de una forma que aún no entiende.

         No sólo perdió su matrimonio, perdió también su hogar, toda vez que Héctor fue despedido de su trabajo en el servicio público, por haber sido acusado de cargos criminales de violencia domestica y, aunque fue absuelto, tardó en conseguir otro trabajo. La falta de ingresos culminó en la pérdida de la residencia familiar que ambos compraron con esfuerzo. Debido a la falta de pago, fue reposeída y ejecutada por el banco. La historia de Magda y Héctor, es una de las muchas a las que tuvo acceso esta reportera. Muchas con finales similares, no escuchamos ninguna con un final feliz. Como parte del reportaje investigativo, tratamos de obtener las expresiones del Secretario de Justicia, la Secretaria del Departamento De La Familia, y la Procuradora de la Mujer y Secretaria de Justicia nominada, pero rechazaron ser entrevistados. Sólo pudimos conseguir a la fiscal Vilma Velázquez, quien declinó responder a nuestras preguntas, alegando que los expedientes de los casos de violencia doméstica son confidenciales y que estaba impedida, por ley, a emitir declaración alguna. ¡Juzgue usted!

          Luego de una evaluación de todas las entrevistas y evidencia recopilada, pudimos descubrir que la situación vivida por Héctor y Magda es una muy común y ordinaria en los Tribunales de Justicia de nuestro país. En la mayoría de los casos de violencia doméstica, en los que no existe el elemento de la agresión física; es el modus operandi de los funcionarios de gobierno, encontrar donde no hay, algún patrón de maltrato psicológico o de cualquier tipo, a través de interrogatorios sumamente sugestivos y generales.

          Un siquiatra de la Capital, el Dr. Alonso Fournier, declaró para El Megáfono: Que, ha trabajado con víctimas de este tipo de casos que aquí analizamos y coincidió con el resto de los entrevistados en que el problema de la violencia domestica, es tratado de forma irresponsable por muchos funcionarios de las agencia antes mencionadas, que sólo buscan ascender de puestos por sus alegados “méritos” y la cantidad de convicciones que obtienen, sin importar como las consiguen ni sus consecuencias. Concluye el doctor Fournier que, lejos de obtener la igualdad de género en la sociedad, estas agencias, en aras de conseguir fondos federales y de otro tipo, han establecido una fábrica de víctimas de conveniencia; han desarrollado una nueva especie de coleccionistas de traumas, que pocas veces se recuperan, y que dicho proceder sólo lleva a la destrucción irreversible del núcleo familiar.

           Esa forma de las agencias manejar esta problemática, aleja cualquier adelanto hacia la igualdad de género que supone vienen obligadas a conseguir. Todos los entrevistados, incluyendo las alegadas víctimas y agresores, abogados y psiquiatras, coincidieron en que existe contra la mujer, un marcado discrimen a la inversa en los procesos de la Oficina de Asuntos de la Mujer (valga de más la redundancia) y en las demás agencias que mencionáramos. Que lejos de fortalecer cualquier autoestima y amor propio, destruyen almas, laceran espíritus y castran voluntades, convirtiéndolas en, las mal llamadas, víctimas de género.

          No queremos cerrar este reportaje sin antes expresar que El Megáfono no patrocina el discrimen y exhorta a la erradicación de cualquier tipo de violencia, llámese doméstica, violencia por género, por raza u cualquier otro tipo de violencia que pueda existir. Como reportera es mi deber presentar cada historia o noticia, de la forma más objetiva posible, dejando fuera el sentir personal sobre su contenido. Con el respeto de los lectores, editores y la gerencia de este diario que siempre se ha distinguido por su objetividad, por lo importante y sensitivo del tema, me he atrevido a matizar este reportaje con el lenguaje que entiendo apropiado, aunque pueda salirse de la línea del periodismo ordinario.

        Me hago responsable de todo el énfasis y las opiniones a lo largo del reportaje. Entiendo que nuestro gobierno debe replantearse la forma y manera en que maneja esos casos, en los que no existe violencia física. Se deben buscar alternativas no punitivas, en las que se puedan identificar los rasgos y señales de la verdadera violencia. Eso no se logra con la prisa y atropello de un proceso criminal, unilateral y casi sumario, en el que las partes están imposibilitadas de expresarse y en que el gobierno tiene la sartén de la justicia sujetada por el mango y con ambas manos. Así sólo se logra un sistema fracasado que, lejos de salvar la familia, la destruye.

           Y si la anterior les pareció poco, para cerrar con un emanante broche de excremento, Magda presentó una queja administrativa contra el lascivo policía y sargento José Ortiz. Pero, a pesar de las declaraciones contundentes de Magda y su hijo, la querella fue desestimada y archivada. Según fuentes internas de la Policía, que constan de nuestro entero crédito, se dice que los abogados encargados de la División de Asuntos Internos de ese precinto policiaco específico, suelen “tirarle toallas” a los amigos y conocidos afines al color partidista. Esa misma fuente asegura que, el policía Ortiz trabajó como escolta de un conocido político muy influyente, que exigió que su amigo del corazón fuese exonerado de cualquier cargo administrativo, sin que importasen las consecuencias. Y así se le exoneró, pasando por lo alto la gravedad de los actos y el extenso expediente de faltas similares y más graves, cometidas previamente por el policía, los abogados investigadores no se atrevieron a desobedecer la inescrupulosa orden y prepararon un humillante informe de exoneración, en el que se decía que Magda fue quien provocó la conducta del Sargento, al exhibirse con ropa provocativa; que fue ella quien lo besó y lo invitó a pasar a su casa.

          Para culminar la investigación de este reportaje, tratamos de entrevistar al ahora Teniente Ortiz, quien fue ascendido en medio de la investigación administrativa (contrario a lo que establecen los reglamentos de la policía), pero siempre se negó a responder nuestras llamadas. Un día nos presentamos al cuartel en el que se desempeña y lo interceptamos en el estacionamiento. Al vernos, con paso apresurado casi corriendo, se negó a declarar y se alejó de esta reportera. Alegó que su abogado le prohibió hablar con la prensa, mientras se subía a la patrulla y se alejaba a alta velocidad, sonando la sirena y manejando en contra del tránsito. Después de la querella presentada por Magda contra ese agente de sangre porcina, tres mujeres más se quejaron de la conducta lasciva de Ortiz, incluyendo una de sus subordinadas en el cuartel, pero otra vez, como por arte de magia (o de fuerte influencia política) las quejas fueron archivadas sin explicación alguno. Tratamos de obtener las reacciones del Gobernador de Puerto Rico, quien no estuvo disponible para ser entrevistado, pero emitió un comunicado de prensa en el que afirmó tener profunda confianza en las agencias y funcionarios señalados en este reportaje. Una vez más, mi querido lector: juzgue usted.

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