La Marcha

Periodismo callejero

Crónica del Grito en La Milla, por: J. A. Zambrana

Será que la necedad parió conmigo, la necedad de lo que hoy resulta necio,

la necedad de asumir al enemigo, la necedad de vivir sin tener precio.”

Silvio

Escuché gritos pasar por encima de la algarabía. Miré a la izquierda y vi la primera ráfaga de proyectiles de piedra y escombros. La Policía no respondió; se escondieron detrás de una parada de guaguas y parecían esperar una orden que nunca llegó. Apenas pude usar la cámara para documentar lo que pasaba, me quedé frío cuando cayó el primer cristal. Pensé que los oficiales estaban en el mismo estado de shock que yo, al ver aquel pequeño grupo de encapuchados descargar un odio que nunca antes vi en nuestra sociedad actual. No atacaban a la Policía, el blanco era el edificio que custodiaban y lo que este representa, y de haber podido lo hubiesen derrumbado…

 

Tres horas antes, me preparaba para participar de la marcha más grande en los últimos años, desde aquella caminata gloriosa que dio este país para sacar a la Marina Gringa de Vieques. Salí a eso de las 10:10am. Me fui en bicicleta y con una bandera de Puerto Rico que me regaló mi madre, especialmente para la ocasión, y a la que le coloqué un pequeño tridente de juguete, porque de broma comenté que el infierno se desataría sobre Puerto Rico y el Diablo estaría para reportarlo. Iba tarde, pero como suelen ser ese tipo de eventos, sabía que podía tomarme un poco de tiempo y varias cervezas, y aun así poder verlo completo. Me detuve en el colmado de un amigo dominicano que votó por Risky Roselló, y ahora vive tan arrepentido como el resto. Dice que se siente doblemente culpable por haber contribuido a destruir más la tierra que lo adoptó, cuando la suya propia lo escupió al mar. Gracias a ese bien merecido sentido de culpa, me convidó cuatro cervezas del país y una canequilla de White Label, para el camino.
Mientras me tomaba las medallitas llegó Aurelio, otro de los semi-alcohólicos locales de ese negocio. Veterano de casi todas las guerras desde 1992 hasta el 2005, hasta que un coche bomba le explotó muy cerca y le cambió todo, incluso la forma del rostro. Tiene una cadera de metal, una placa en el cráneo, una pésima reconstrucción facial y pasa la vida y los días con dolores crónicos y una pensión de mierda, después de haberse jodido matando árabes a nombre del Tío Sam. Toma cientos de miligramos de medicamentos para el dolor, que combina con cannabis recetado y otras muchas onzas de alcohol. Lo mejor de mi amigo veterano es su desprendimiento a la hora de compartir sus medicamentos. Ese día tenía un aceite sativo, que podía hacer reír al mismísimo Richard Carrión al momento de ver sus cristales rotos. “Voy contigo”, me dijo Aurelio, pero le recomendé que se quedara, con su condición no podría caminar tantas millas. Que bueno que lo convencí, porque de haberme llevado al cojo, seguro que no hubiese visto la bruta realidad que nos dejó el día, pues nos hubiésemos quedado en alguna barra, bebiendo y acabando el aceite. Me di dos buenos buches de la caneca de whisky, le dejé el resto y me marché.

La ventaja de las dos ruedas, es que puedes recorrerlo todo, desde el último hasta el primer manifestante, lo que me permitió ver casi todas las incidencias y novedades. Llegué a la avenida Ponce de León y ya habían comenzado a salir. Se sentía un aire extraño, pero agradable. Vi a viejos amigos y otros un poco más recientes, todos jubilosos. Se veía en los rostros un deseo colectivo de hacerse escuchar. Hubo de todo, una juventud hermosa, vibrante; algunos con capuchas otros con sonrisas. Los viejos, y en esos me incluyo, parecían tener una energía renovada, el vigor de una buena batalla contra un enemigo común que nos ha desprovisto de futuro. No faltaron los artistas, reconocidos y los que se quieren dar a conocer. Vi a Marian Pabón, René Monclova, Lilly García, Johana Rosaly y muchos otros. También estaban allí los “delincuentes” de Teatro Breve, vestidos de negro y con las caras pintadas, formaban un grupo llamado los Payasos Policías, con unas consignas muy interesantes y por supuesto graciosas, como: “Si no sonríes, serás arrestado”. Grupos de niños de todos los colores, con pancartas alusivas a salvar la educación; panderetas, coros, bailes y estribillos muy originales. Una marcha multitudinaria tan variada como debía ser y sin aristócratas, claro está. Fue de verdad hermoso ver esa masa enorme de gente que parecía no acabar. Se sentía la solidaridad, la unión entre manifestantes, sin importar la procedencia ni el gremio de cada quien. Tal vez era el aceite de Aurelio o el whisky de la caneca, pero sentía que éramos movidos por una magia que me embriagó y me hizo sentir que un cambio es posible. ¿Sería eso los que sintieron los hippies de los sesenta, cuando abarrotaban las calles Washington DC, para manifestarse contra la guerra en Vietnam?

Llegué al punto de encuentro en la Milla de Oro, y ya había tanta gente que era imposible caminar con la bicicleta, la encadené mirando hacia el edificio donde se oculta la Junta. Caminé y seguí disfrutando de la belleza de la libertad de expresión. A eso de las 12:00, caminé por el lado del Banco Popular, hacia la Avenida Ponce de León. En la mismísima esquina, me encontré de frente con un nutrido grupo de encapuchados distintos a los que había visto alrededor de toda la manifestación. Estos tenían una vibra diferente y parecían preparados para pelear, con cascos, garrotes y escudos. Me recordaron las películas de la ETA y la IRA. Cuando me acerqué a fotografiarles, uno de ellos me gritó que no lo retratara. Con voz de insolente, le dije que se moviera si no quería ser fotografiado. La mirada que recibí de él y algunos de sus acompañantes, me hizo sentir alguna aprehensión. Caminaron calle abajo y pude ver un enorme zafacón con ruedas, oculto entre los cuerpos. No pasó un minuto, cuando comencé a escuchar los golpes de los misiles de escombros chocar contra los cristales del edificio del Banco Popular. Por varios minutos, aquel comando de encapuchados cambió el ritmo de lo que hasta ese momento había sido la manifestación. La Policía no hizo nada, sólo se ocultó detrás de lo que pudo. Cuando acabaron el bombardeo, las capuchas  se escabulleron en la enorme multitud. Lo que me pareció una efectiva táctica de guerrilla, y me hizo pensar que aquel pequeño grupo estaba más organizado de lo que podían aparentar.

Los policías se alejaron del edificio atacado y un contingente de ellos, fue desplegado por la avenida Muñoz, como con la intención de desalojar la calle. Pero no eran suficientes para semejante grupo, y de inmediato fueron detenidos. En sólo minutos, el pelotón policiaco comenzó a retroceder y en menos de media hora, estaban casi rodeados. Podían escapar por la Avenida Chardón, en la que había otra gran cantidad de policías y vehículos oficiales, pero extrañamente, ni los atrapados escaparon ni los que estaban apostados en la Chardón, llegaron a ayudarles. Me pareció inverosímil como aquel grupo de hombres, fue dejado a merced de la enorme masa del pueblo trabajador y oprimido. Botellas de agua, cocos, piedras, caían sobre los uniformados, que sólo recibían. Fueron más que pacientes y aguantaron como pocas personas aguantarían, mis respetos porque lo vi de cerca y desde todos los ángulos. Pensé que los tiempos están cambiando y la Policía también. También pensé que en tiempos de Fortuño o Roselló Padre, las cabezas hubiesen rodado.

Más o menos a la 1:30, cuando vi que la Policía se retiraba de poco en poco, decidí marcharme e ir a transcribir la experiencia. Estaba seguro de que lo mejor y lo peor ya había pasado y que no sucedería nada más grave que aquella primera ráfaga de piedras. Al llegar a casa y prender la televisión para ver que decían de la marcha, me topé con las imágenes, en vivo, de encapuchados que hacían mierda los cristales de varios edificios, con palos, tubos, y algunos explosivos. También vi como los agentes de Operaciones Tácticas, disparaban escopetazos de goma, gases lacrimógenos y rompían la turba en menos de nada. Escuchaba los reporteros que apenas podían hablar asfixiados por los gases. Syrmarie Villalobos, de WAPA, caminaba entre los gases y no dejaba de reportar. Otros reporteros, también mostraron ese temple y valor para llevar la noticia. También vi a un amigo fotógrafo, Miguel Trillo, brincar de su bicicleta y dejarla en medio de la acera para tomar de cerca con su cámara, los daños y todo el desalojo de la avenida Ponce de León.

Me quedé de una pieza y sentí que estaba donde no debía; lo verdaderamente revelador de la asombrosa manifestación del día, estaba ocurriendo y yo en casa, frente a la TV, como la mayoría de los mamarrachos que se quejan, como los malditos tibios y próceres del Facebook, que hacen guerrilla por las redes con memes, mala ortografía y pésimo sarcasmo; tan pésimo que algunos tienen que aclarar que “están siendo sarcásticos”, para que los entiendan o los perdonen. Si alguien tiene que hacer mención o hincapié acerca de su cinismo o sarcasmo, tal vez no es ni una cosa ni la otra, y es que mejor cierre el piquito, para que luzca menos idiota. Vi un hombre solo con una bandera de Puerto Rico, pararse frente a un contingente de policías y exigir hablar con el comandante a cargo, para denunciar las “negligencias” que se cometían. ¿Quién es ese héroe nacional?, pensé. Verlo me dio el entusiasmo y la energía para regresar. Mi hijo, que es estudiante de la IUPI, y se graduaba este año, decidió regresar también. Agarramos las bicicletas y pedaleamos como dementes, entre carros y contra semáforos; esquivamos lo mejor que pudimos la exagerada cantidad de hoyos en las carreteras, que cuando se viaja a esa velocidad, son terribles para esquivar. En menos de quince minutos, estábamos frente a la mega farmacia CVS, para el lado de la Muñoz Rivera. Casi se me sale el corazón por la boca, por pedalear como nunca había antes lo había hecho.

Igual que mi amigo Trillo minutos antes, deje mi vehículo de dos ruedas tirado y me fui a fotografiar y grabar la pared de policías que estaba detenida en la intersección con la avenida Franklin Roosevelt, y la turba de manifestantes que ocupaban parte de la Muñoz Rivera. Caminé varios pasos y me golpeó de frente el “divino y delicioso” sabor y los efectos debilitantes  de los gases lacrimógenos, no sé como la reportera de WAPA pudo hacer su trabajo respirándolos. El hombre de la bandera estaba allí, entre una nube de gases. Quise acercarme, pero no era momento de socializar. Me tapé la nariz con la camiseta y comencé a tirar fotos sin pensar ni medir ni enfocar, todo un perro fotógrafo callejero. Pude agarrar la escuadra desde varios ángulos, igual capté la masa de gente que se hacía sentir, rompiendo negocios en toda la avenida. Hubo fuego frente al antiguo cuartel electoral del mafioso Jorge Santini (el alcalde aquel guapetón que hizo el ridículo al caerse de una motora por estar pasándose de macho). Prendieron algo que no pude definir con claridad, por más que me acerqué.

Un policía que salía de la otra mega farmacia que está una cuadra más al frente,  se asustó al ver que los manifestantes lo detectaron, y puso una mano sobre su arma de fuego. Eso caldeó más el ánimo de la multitud. Lejos de asustarse y sin importarles un disparo, se lanzaron contra el uniformado. De más esta decir que el policía corrió como gacela, con todo y su exceso de peso, seguro que le rompió algún record al Bolt. Temí por la vida de aquel policía y me alegré cuando vi que dejaron de perseguirle; no es momento para mártires, es el tiempo para héroes. Pero, la ira se desató contra el edificio de la mega farmacia, y lo que estas y su competencia desleal ha hecho contra las farmacias pequeñas de este país, que no pudieron competir y que el Gobierno no protegió. Con la pared de policías moviéndose y otras tantas patrullas sonando por otras calles aledañas, la  multitud seguía avenida arriba, camino hacia Río Piedras, de donde habían salido muchos durante horas de  la mañana. La Policía peinó la avenida Muñoz Rivera, y al final terminaron cerca de la UPR; después todo se fue calmando. Mi hijo temió por los portones de la Universidad, pensó que utilizarían el evento como excusa para arrancarlos y llevarse a todos allí por el medio. Pero, no fue así.

Antes de la segunda ráfaga de piedras y destrucción de vidrios, ya el Banco Popular había presentado una demanda contra el mundo entero; creo que hasta incluyeron a Lolita Lebrón y Albizu Campos, por haber incitado desde el más allá, la mente violenta de quienes les atacaron ese día. Un documento que, evidentemente, se redactó con tiempo previo y que levanta dudas y sombras sobre si se planeó o no el caos que se vivió. Curiosamente, el Banco Popular y sus abogadetes, no incluyeron al Gobierno ni a la Policía, que claramente se retiró de los alrededores del edificio y dejaron de hacer su trabajo de proteger. Una demanda bajo el Código Civil de Puerto Rico, incluye acciones u omisiones que resulten en daños para alguien. Si responsabilidad por los actos de romper, tiene el puñado de capuchas, igual responsabilidad ante la ley, tienen los organismos del Gobierno llamados a establecer el orden; un deber que no cumplieron. El Gobernador salió y culpó a todos, en especial a la Alcaldesa de San Juan, todo porque sabe que es una posible fuerte contendora en la próxima elección y quiere neutralizarla desde ahora. Pero nada dijo acerca de aquella repentina desaparición de la policía y de cómo se mal manejó el asunto. Según personas que entrevistamos, que estuvieron en el área, fue la falta de vigilancia a las estructuras, la que le dio la confianza a los encapuchados, de desatar su ira contra las instituciones que esos edificios representan y que acogen a muchos de los artífices de nuestra debacle actual, y que como podemos ver, nunca serán encausados ni pagarán por nada.

Esta fue una marcha de gente relativamente educada y que se esfuerza: estudiantes, maestros, sindicatos. Un numeroso grupo que representa la clase media trabajadora, quienes sostienen este país, los que tienen que decidir que deuda dejan de pagar cada mes, para poder comer y sobrevivir. Una masa algo desorganizada, pero con unidad de propósito. Los radicales, pues, son siempre radicales, trabajadores o no; pero cuando se educan pueden ser más efectivos y se harán sentir donde manda la simbología social y lo que representan las entidades que ocupan la Milla de Oro. Se expresaron de una forma contundente como diversa. Con aquella belleza poética que se sintió al principio por las calles de Río Piedras y Hato Rey, cuando aquella gran masa humana se apoderó de la atención del país, y se convirtieron en un ente con vida propia que demostró que este Pueblo puede unirse para repudiar a los que nos están destrozando. De igual forma, tan o más contundente, fue la demostración de ira que se desató al final. No soy un tipo de violencia, pero cada una de aquellas pedradas contra los edificios, contenía la ira de cada uno de los que sufren y sienten necesidad, de todos aquellos que tratan y no pueden salir adelante porque el Gobierno le ha cerrado cualquier oportunidad de éxito. Era el reclamo de una generación que tiene que pagar por los errores de la pasada y de la actual que lo está haciendo aun peor. Cada vidrio roto era el símbolo de que nadie está seguro en este punto pequeño y caliente del Caribe; que le dice a los de arriba que se cuiden, porque los de abajo estamos temblando.

Qué pasará cuando la clase un poco más  pobre, o vamos, cuando la clase que no trabaja mucho y que vive o depende del Gobierno, comience a sentir los efectos de la miseria. Qué pasará cuando los chicos del caserío pierdan las ayudas y vivan la necesidad y verdadera escasez. Ahí si veremos violencia, y no sólo contra los Carrión y sus cristales, no, violencia contra todos, incluso y en especial, contra la clase que trabaja y se manifestó ese día; porque los ricos de la milla dorada, viven resguardados con guardias de seguridad, en sus urbanizaciones escondidas y con acceso controlado. Tal vez nos toque vivir la guerra de clases que hemos visto en televisión, que le adjudicamos al tercer mundo y que jamás pensamos que nos tocaría, ya que nos creíamos parte de la USA y pensábamos que seríamos rescatados. Al menos eso se creyeron los bastardos que cogían prestado para enriquecerse, que los gringos o alguno de sus super héroes estarían para salvarnos.

Algo así sucedió en Venezuela, la clase media y la alta, se quejaban que el Gobierno de Chávez los destrozó y les quitó sus patrimonios, pero no tenían éxito en sus manifestaciones. Chávez repartió a los pobres, mucho de lo que le quitó a los ricos. Puso mucha gente a comer y les brindó la atención que ningún otro gobernante les había dado. Con eso obtuvo el apoyo masivo de las masas pobres; algo así como con el PNP y el PPD, que han ganado a base de mantengo, puestos de gobierno para batatas y pagando a puro préstamo los servicios básicos; nos hipotecaron la casa hasta que la perdieron. Ahora en Venezuela, cuando esas masas pobres que elegían abrumadoramente a Chávez, comienzan a sentir el hambre, vemos como arde la República Bolivariana y como van aumentando los cadáveres. Hacia allá nos dirigimos, o mejor dicho, nos dirigieron nuestros dirigentes.

¿Realmente habrá despertado el Boricua este 1ro de Mayo o sólo fue el último vestigio de amor propio que nos quedaba? ¿Será esa nuestra “Toma de la Bastilla»? ¿Será el nuevo «Grito», pero en vez de Lares, en Hato Rey? ¿O quedará en el recuerdo, sólo como el día inconsecuente de los cristales rotos? Los jóvenes y adultos que vi actuar, no eran infiltrados, no quiero creerlo. Excepto uno que tenía un pasamontañas muy bien puesto y toda la ropa negra, que para nada lucía como un manifestante ordinario; parecía más un agente de SWAT sin el equipo de seguridad, y no estaba con el grupo de cascos calientes que lanzó la primera ráfaga de piedras. Los que empujaban el  zafacón lleno de todos los artefactos que lanzaron, lograron desorganizar a Policía. Ese grupo que atacó y desapareció en la multitud, me hizo pensar en un comando de guerrilla, bastante bien organizado. ¿Nacerá una nueva resistencia? ¿Serán Los Encapuchados, los próximos o los actuales Macheteros? En la era del Internet y las redes sociales, es más fácil circularlo todo y difundir el mensaje, con pocas posibilidades de que el Gobierno lo pueda detener. Las Autoridades podrán reprimirlos, censurarlos y atacar con tecnología más cara, pero es con la simpleza, demostrada el día de la marcha, que operan las guerrillas efectivas.

Lo que hace que el hígado y las vísceras se encojan, es saber que, Policías y obreros (todos parte del mismo pueblo trabajador), tengan que enfrentarse mientras elementos como Tomi Schatz, el cobarde a quien no sé por qué le llaman Tiburón, estaban escondidos no se sabe dónde; porque ni a trabajar fueron; se dieron un día libre en nombre del susto. Pero eso es bueno, queremos que los políticos sientan miedo, como lo ha sentido tantas veces el pueblo. Alguien dijo que para hacer una tortilla, siempre hay que romper los huevos; otro, que para que haya una revolución, tiene haber balas; y un loco, dijo que en Francia comenzó la verdadera revolución, cuando rodó la primera cabeza. Nuestra sociedad no decapita, pero sí enjuicia, juzga, por eso ante la falta de juicios y justicia de los Tribunales, que han sido cómplices algunos, el pueblo buscará su justicia y, siempre o casi siempre, será de forma violenta.

Varias personas fueron detenidas, entre ellas Nina Alejandra Droz Franco, La Respira Fuego (como la llamó Rosa Emilia, con expresión de asco, la Fiscal Federal y aliada del PNP). Una pareja se besó frente a las cámaras al momento del arresto, regalándonos una hermosa imagen de lucha. ¿Serán ellos nuestros nuevos presos políticos? ¿Será Nina la nueva Lolita? Sólo el tiempo dirá. Una cosa es segura, si la rabia y la voluntad que vi en aquel reducido grupo de encapuchados se multiplica, bienvenidos al nuevo orden social de Puerto Rico, en que ninguna institución responsable de nuestra desgracia estará segura.

En 1991, decían que Quentin Tarantino incitaba a la violencia con una escena de su película Reservoir Dogs, en la que un forajido cortaba la oreja de un policía, mientras bailaba y cantaba la canción “Stuck in the middle with you”. La curiosidad me llevó a ver la película y me pareció espectacular la escena, en extremo violenta, pero una excelente pieza de cinematografía. Y creo que a pesar de verla decenas de veces, no fue hasta este primero de mayo de dos mil diecisiete, que al fin la entendí, cuando camino a casa trataba de asimilar lo sucedido. Esa impresión que me quedó, de gente dispuesta a hacerse escuchar, aunque tengan que arrancarle una oreja al Gobierno, para conseguirlo. Porque al final, “payasos a la derecha, bufones a la izquierda, aquí estamos, todos estancados en el medio por ellos”.

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