Parte 1
“Mucho más que un acento del sur”
(Basado en hechos reales, los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de los implicados)
Caminé sobre la grama húmeda de aquel inmenso campo; alumbraba una brillante luna y algunos faroles lejanos. Me alejé de mis tres acompañantes, de las casetas para acampar y los trailers, en busca de un lugar oscuro, en donde descargar varios dolorosos litros de cerveza y otros espíritus acumulados. Me detuve junto a un árbol, lo suficiente grueso como para ocultarme, y dejé las aguas correr. Después del descargue con características orgásmicas, caminé un poco para encontrar a mi amigo Chuck E. Black, que también se había ido en busca de un espacio dónde improvisar una letrina.
Llegué a una larga verja blanca que bordeaba la tarima principal y continué sin rumbo específico. Me detuve a esperarle cerca de uno de los muchos trailers, apostados en casi todo el campo del festival. Algunas reminiscencias de psilocibina consumida muchas horas antes todavía se movían por mi cuerpo, y todo parecía una enorme pintura de Monet. Las luces no eran intensas, pero se veía claro. Con esa paranoia usual de fumador, miré para todas las direcciones. Se escuchaban voces, pero no parecían presentar riesgo, así que encendí un cigarrillo de una yerba espectacular, que nos consiguió un tipo gordito con aspecto de redneck, un local de Tennessee, que acampaba a nuestro lado; pura suerte, ya que, durante todo el festival, escaseó la yerba; sobró de todo, pero faltó yerba. Inhalé profundo de aquella gloria con sabor exótico. Antes de exhalar, un hombre alto sale del tráiler en el que me encontraba recostado. Tiene el pelo negro y largo, como con unas trenzas gruesas tipo dreads, barba tupida y ropas como sacadas de una película de vaqueros. Eran los tiempos de George W. Bush, Condoleezza y Alberto Gonzales, fumar no era algo muy bien visto por todos, menos en los estados del sur, y más aún si era un latino quien fumaba. Estoy seguro que mis ojos demostraron la cagada de susto.
—Easy boy, don’t be scared —me dijo sonriendo—. Can I have some? I always feel edgy before a show.
No lo reconocí de inmediato, me tomó varios segundos, pero cuando vi quien era, me quedé frío, y muy nervioso le pasé el pitillo.
—Are you with the festival crew? This it’s a restricted area —preguntó.
—No crew sir. I was looking for a dark place to take a leak. Now I’m waiting for my friend Chuck, he was also looking for a place to leak —le contesté tratando de no sonar incoherente.
—And where’s Chucky right now?
—I don’t know, maybe he’s still leaking; we drank lots of beer.
Tal vez fue la yerba, pero no pudo evitar reír ante mi respuesta, yo reí también y los nervios comenzaron a relajarse.
—It’s very nice to meet you and your exquisite weed.
Me preguntó de dónde venía, le dije Puerto Rico, y comentó que algún día deberían tocar allí.
—You must love Radio-Head to come this far—dijo hacienda alusión a la banda que tocaba al día siguiente.
—No sir, I’m here to see your band. Radio-Head is just a perk.
Mi respuesta pareció agradarle. Me preguntó mi nombre, pero a penas lo escuchó, hablaba rápido. Me agradeció por el humo y me preguntó si tenía alguna canción favorita. La versión Heartbreaker de “Stories we could tell”, le dije.
—That’s an old tune, we don’t play it anymore—me dijo mientras fumaba y retenía la bocanada unos segundos—. Only good old fans known that one.
Hablamos por varios minutos, él hizo las peguntas, yo apenas podía contestar, no me lo creía aún. Me preguntó a que me dedicaba, qué si tocaba algún instrumento, una conversación natural, como si hablara con un buen amigo. Creo que olvidé decir, que el barbudo de las trenzas, era Mike Campbell, el guitarrista de Tom Petty y los Heartbreakers, que tocaban esa noche en el Bonnaroo Music and Arts Festival en Tennessee, a las nueve de la noche; eran las ocho y cuarenta.
De momento, se abre otra vez el tráiler y una voz conocida dice: “Hey Mike, listen to this”. Era él: rubio, alto y vestido como de otra época, vaquero también, pero elegante: con una chaqueta de terciopelo negro, camisa roja, botas; un vaquero con pinta de roquero clásico. Al verme se sorprende y de inmediato, con cierto aire de desconfianza, le pregunta a Mike:
—“Who’s this?
—This is my friend, new one, but very good so far —dijo mientras exhalaba una bocanada retenida—. He is a writer and a true Heartbreaker fan, he’s waiting for his friend Chucky the leaker.
Tom no me presta demasiada atención, pero, si observa el canuto en la mano de Mike y dice:
—Can I have some?
—It’s his joint —contesta Mike.
Tom Petty me mira a los ojos, y antes de que pregunte le digo:
—By all means, its yours too, Sir —le dije, tratando de sonar calmado, conteniendo las ganas de gritar.
El putísimo Tom Petty iba a fumar de mi grullo, nadie me lo va a creer, pensé. Lo agarra, se lo lleva a los labios.
—Damn, this is very good —dijo después de toser un poco—. ¿Where do you get it? I heard there’s no weed in this festival.
—My nextdoor neighbor at the camp site provided. Pure luck, he ran out of it in less than three hours.
—What a bummer, it helps me to sleep after big shows like this one.
Sin pensarlo, saqué del bolsillo de la camisa el único cigarrillo de yerba que me quedaba y se lo entregué.
—Thank you —dijo—. How much do I owe you?
—Nothing Sir, it’s an honor to help you sleep.
Él sonrío algo incrédulo y guardó el cigarrillo en uno de los bolsillos de su camisa color rojo rock and roll.
—You look cool. Like a stand up guy, and I know all about stand ups.
Casi se me sale una lágrima al escucharlo. El placer es mío, le dije, y entre nervios, pensando en español pero hablando inglés, me disculpé por no saber qué decir.
—Sorry I don’t speak to much, really don’t know what to say. I was almost having a heart attack with Mike; now with you, Sir, I’m afraid I would faint at any second.
—Any favorite song? —me preguntó.
—“Stories we could tell”, Heartbreakers version —le dije.
Me miró curioso y sorprendido.
—I’m not gonna play that one tonight —dijo sonriente—. You are certainly a true fan. You’re not from here, right?
—No sir.
—Where you from? Where does that accent come from?
—Far, Sir, I’m from the South —le dije con orgullo en mi sonrisa.
—We are in the South, Kid, I’m from the south, and you’re definitely not from there.
—Well, I’m from a very farther South, Sir.
—How far kid? —me preguntó serio, como si le interesara la respuesta.
—As far as Puerto Rico —contesté.
—You must love Radio-Head, to travel this far —dijo mientras exhalaba una nube y me entregaba el cigarrillo.
—I came for the Heartbreakers, Radio-Head it’s a just tomorrows cooldown.
—Really? —miró a Mike y ambos sonrieron —Then, what a story you could tell, right Chuck.
—Rigth, Sir, but I rather not, no one will believe it —dije esbozando una carcajada.
Por un segundo pensé aclararle que ese no era mi nombre, pero para qué desperdiciar el momento en semejante nimiedad. Un tipo muy alto, rubio y de pelo largo amarrado, aparece de momento y grita: “It’s time Tom”. Petty me mira fijo, su mirada emite una especie de rayo magnético que atrapa y encanta, me dice:
—Ready to Rock and Roll heaven Chucky, right here on earth?
—I think I am, sir. I think I am.
Me dio una palmada en el hombro y se marchó. Mike me estrechó la mano, sonrió y, con una mirada de hombre noble, me dijo “thank you”. Los vi alejarse mientras hablaban; fue mágico, como si los cubriera un aura eléctrica, Petty caminaba con una seguridad que parecía tener control de todo a su alrededor; y lo mejor es que estaba muy consciente de que lo tenía.
Tardaron unos minutos en comenzar. Caminé y antes de la primera nota, ya me encontraba frete a la tarima. Chuck E. Black apareció de entre la muchedumbre, no me dio oportunidad de contarle, alardeaba de cómo consiguió los dulces y la parafernalia correcta para ver a Radiohead, al día siguiente. Abrieron el show con “Listen to her heart”, y del saque Tom Petty y los Heartbreakers, demostraron que son parte de la realeza de la música. Después sonó “Mary Janes Last Dance”, y las al menos 60,000 personas presentes gritamos al unísono; un rugido ensordecedor que sobrepasó el volumen de los cientos de bocinas y amplificadores de sonido, corrió por varias millas a la redonda y se elevó con fuerza supersónica por aquel cielo sin nubes y plagado de puntos brillantez, hasta llegar a los oídos de los dioses en el Olimpo del Rock, que se sintieron más que satisfechos. Cuando sonó “Learning to fly”, ya habíamos encontrado a nuestros otros amigos Félix Golon, Beto Casket.
Nos sentamos sobre la mullida grama, la noche estaba fresca y el aire olía a marihuanas. Les conté que me perdí entre los trailers y tuve un extraño encuentro con Tom Petty y Mike Campbell en el “backstage”, en el que Petty pensó que mi nombre era Chuck; todos rieron a la vez y culparon a los psicodélicos que ingerimos esa mañana. Por un largo rato callamos y nos dedicamos a escuchar, la música no tardó en atraparnos y hacernos levitar; hacernos volar sin alas. Félix encendió un canuto y fumamos más que complacidos por aquel banquete de acordes y energía que se desataba ante nuestros ojos.
Así transcurrió éxito tras éxito, las canciones que marcaron hiatos importantes de mi vida, parte de la banda sonora de mi propia historia. A poco más de la mitad del concierto, antes de tocar “Southern Accents”, Tom Petty se dirigió al público y dijo: “This one it’s for my backstage friend Chuck, who is much more than a southern accent”. Mis acompañantes me miraron a la vez, con giros bruscos de sus cabezas y cuellos, todos con ojos de asombro y las bocas bien abiertas; sólo Félix pudo expresar algo, un largo y gracioso: “Naaaaaaaa”.
Siempre me encantó esa canción, muy conmovedora y hasta triste. Pero, escucharla aquella noche, muchas millas al norte y lejos de mi país, en un escenario como aquel y, sobre todo, dedicada a mí (a Chuck, pero a mí), me hizo sentir orgulloso de mis raíces, de mi procedencia, de la tierra de mis padres; esa noche fui más puertorriqueño que nunca, en medio de un inmenso campo de Manchester, Tennessee, en el que canté tan alto como pude, hasta que ya no me quedó voz, “with a southern accent, where I come from”.
PARTE 2
«Desde el corazón de un fanático»
Hay artistas a quienes admiramos tanto, que llegamos a sentirlos como parte de nuestras vidas, y algún iluso, como yo, puede vivir con la falsa, pero posible, esperanza de que alguna vez los conocerá y será para ellos tan especial como ellos son para él. Algo así y un poco más es Tom Petty para mí, un tipo con el que siempre deseé tener una larga conversación, de música por supuesto, pero también de cómo logró sobrevivir haciendo las cosas a su ritmo, sin importar la tonada ni la dirección en que corrían el resto de los mortales alrededor; me hubiese encantado que me explicara, con detalles, qué se siente transgredir lo establecido y dejar una marca en el proceso; vivir al extremo, llegar al límite, estar frente al precipicio y caer, mirar más abajo del abismo y regresar, para luego repetirlo. Como me hubiese gustado preguntarle si dolió mucho hacerlo todo de la forma que le pareció correcta, si valió la pena hacerlo a su manera; una pregunta que me hago a mí casi a diario.
No recuerdo bien en que año, creo que en el 85 o 86, sé que era apenas un niño cuando vi a los Heartbreakers por primera vez, en casa de un vecino que tenía Cable-TV y MTV. Fue el video de “Dont come around here no more”, el punto de inicio de mi subsecuente adoración al grupo y su líder. No los entendí de la primera, pero me mató la música y las imágenes de la trama, que tampoco entendí de la primera; Petty era el Sombrero Loco, en una escena tipo Alicia en el país de los Heartbreakers, al final, termina comiéndose a Alicia, que se convierte en una bizcocho para el té.
Por décadas me gustó su música, sin buscarlas, constantemente me topaba con canciones y videos geniales. Era Rock and Roll de verdad, nada de fusiones ni degradaciones del género, simple y puro Rock and Roll, con toda la influencia sureña que traía un tipo muy listo, nacido en Gainsville, Florida. Unas letras de una simpleza engañosa, palabras coloquiales con ironías afiladas y perfectas, como: “Im free, free fallin” o “Runnin down a dream”. En la adolescencia nunca me obsesioné con los Heartbreakers, como me pasó con otras bandas, pero siempre los tuve presente, canciones como “Breakdown”, “Refugee”, “I need to know”, sonaban mucho en la difunta Alfa Rock, y mantenían mi interés por el grupo. La presencia de Petty siempre me estuvo curiosa, un tipo tan feo, pero con aquella seguridad que podía pasar por arrogancia, y que mantenía control total de su audiencia. Su voz era chillona, pero perfecta para lo que cantaba; la evolución de Bob Dylan, pero sin la rabia social-política ni los sacrificios de armonía. Un gran compositor con un magno sentido de la estética, que se empeñó en mostrar las pequeñas cosas que importan de la vida, siempre con la ironía del amor y otros indomables vicios, muy presentes en sus letras. Debido a los más de cuarenta años que estuvo componiendo, sus canciones reflejaron su propia vida, con metáforas geniales que suelen recordarnos eventos de las nuestras, parecía escribir para quienes le escuchábamos. Un verdadero Rey del Rock, sin las payasadas egocéntricas de Presley. Y no menos importante, era la brigada de profesionales que tocaban junto a él, verdaderos genios, brujos de las ciencias ocultas de la música, que completaban aquella fórmula perfecta llamada The Heartbreakers.
Antes de mis treinta, había comprado varios discos, uno de ellos era una compilación de éxitos, que incluía “Mary Janes Last Dance”, y pasó a ser mi música de fondo, por muchos años; destronó de ese puesto a Mötley Crüe, que fue mi primera obsesión musical. No exploré mas allá, hasta que un día, no recuerdo como, cayeron en mis manos los discos Full moon fever y Wildflowers, discos de Petty como solista; ambos me parecieron joyas del verdadero Rock and Roll, al carajo las variaciones del metal, el grunge y todas las hostias esas que sonaban en aquel tiempo; una música que podía provocarme erecciones, sin que hubiese labios, senos ni otros elementos sexuales envueltos mientras la escuchaba. Que era una mierda el cuento ese de los “discos como solista”, porque los músicos que grababan con él, eran los mismísimos Heartbreakers; imagino que, para darle el guiso a otros, se lo daba a ellos que ya los conocía, el muy cabrón. Mike Campbell, fue su guitarrista por casi cinco décadas, y como no iba a serlo, Tom Petty no iba a tener ningún pelatuercas tocando las cuerdas; cuando se dio cuenta que Mike era un mago de la guitarra, lo agarró y nunca lo dejó ir. Siempre me maravilló esa relación, la lealtad de Mike sin importar cuan implacable podía ser el viejo Tom, de tanto en cuando. Después de esos discos, Tom Petty y los Heartbreakers, se acomodaron en el Top3 de mis bandas favoritas, junto a Pink Floyd y Pearl Jam.
El 16 de junio de 2006, tuve el privilegio de ver a los Heartbreakers, durante la gira que conmemoraba sus treinta años. El lugar: la arena del Bonnaroo Music and Arts Festival, junto a mis grandes amigos Félix Golon Lebrón, Beto V. Marius y Chuck E. Black (los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de los implicados). Esa noche, mis conceptos de lo que era o debía ser un Rock-Star cambiaron por completo, supe lo que es ver una leyenda viva, y entendí por qué la banda llevaba su nombre. Aquel porte de realeza musical y la actitud de: “¡Aquí mando yo, carajo!”; era como ver a Michael Jordan suspenderse en el aire, como ver a Alí noquear a Foreman o volver a estar presente el día que Reggie Jackson bateó los tres jonrones en aquel juego de octubre. Si existen reinos en el más allá del Rock and Roll, Tom Petty seguro será un gran señor, en un enorme castillo con guitarras en todas las paredes y Mary Jane en las habitaciones. De más está decir, que ése fue el mejor concierto que presencié en mi vida (hasta que vi a David Gilmour en el 2016, pero eso es otra historia). Cuando alguien me dice que Nikki Sixx o James Hestfield, son los “badasses”, los tipos rudos del Rock, le contesto que esos son dos pendejos, que no conocen las historias del viejo Petty; entre ellas la guerra legal que le ganó a la disquera, para que bajara los precios de sus discos y hacerlos más accesibles al público; similar a la pelea de Pearl Jam contra TicketMaster, para bajar los precios de las taquillas de sus conciertos.
Después de Bonarroo, Petty ha estado más presente en la banda sonora de mi vida, en la música que me acompaña algunas horas de cada día. Tan importante, que su nombre aparece dos veces en El sonido de la ausencia: es parte de la compilación musical que escucha Ignacio, en la primera historia, y también lo incluyo en los agradecimientos, por ser una de mis verdaderas influencias; un ejemplo de que si estás seguro hazlo, aunque te jodas, y si te jodes, no te quejes y hazlo otra vez.
A sus sesenta y cinco años, con problemas de enfisema, una rodilla lastimada y una cadera fracturada, se embarcó en una gira de conciertos, que hizo simplemente porque vivía para la música y su público; entre amigos la llamó “su última”, y en efecto lo fue. Comencé este escrito el día de su partida, el dos de octubre de 2017, en la plena oscuridad de los días post azote del huracán (que me mantuvo sin publicar nada por más de cuatro meses), y lo terminé el día que se informó la causa de su fallecimiento; se me hizo algo difícil terminarlo. Además, escribí en su honor, una historia llamada “Mucho más que un acento del sur”, acerca de algo que pudo suceder antes de aquel concierto de Bonnaroo 2006.
Enterarme de su muerte se sintió como la partida de un buen amigo, de esos que no vemos con frecuencia, pero recordamos constantemente. Aunque siempre estarán los discos y las grabaciones, escucharlo no será lo mismo ahora que no está, al saber que no habrá más arenas de conciertos, más veladas del “Rock and Roll Heaven”, como él solía llamar a lo que veía y sentía cuando tocaba frente a un público. Y yo, que alguna vez lo vi, puedo afirmar que estuve en ese cielo rockero y que presencié la gracia y la gloria de un ser superior y tan o más grande que la vida misma, un verdadero dios del Rock.
Que descanse en paz, mi amigo de toda la vida que no conocí: Tom Petty.
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